Es lamentable que, so pretexto de la pasión que despierta el futbol, en su nombre, se cometan actos vandálicos y se desate la violencia, muchas veces con resultados catastróficos ¿Qué nos pasa?
He de platicarles que el domingo 28 de mayo, día en que se disputó la gran final del balompié mexicano, en donde los Tigres derrotaron categóricamente a las Chivas Rayadas del Guadalajara, al terminar el partido, se suscitó el evento que a continuación me tomaré la libertad de relatarles, estimados lectores de El Independiente.
Resulta que uno de mis colaboradores, en la Clínica Veterinaria, es furibundo partidario del “Rebaño Sagrado”, razón por la cual, una semana antes, había festejado con bombo y platillo el hecho de que los caprinos hubieran contado de tajo las aspiraciones de su archirrival, las Águilas del América, al eliminarlos, ignominiosamente, en el mismísimo Coloso de Santa Úrsula, en las semifinales de la Liga Mx.
El día de los trágicos acontecimientos, los vecinos de mi colaborador, americanistas de corazón, encontraron la ocasión perfecta para desquitar el “ardor” que les produjo (la semana anterior) la eliminación de su equipo, a manos (mejor dicho, a pezuñas) de las Chivas: burlándose, denostando y ofendiendo soezmente al personaje que hoy nos ocupa.
Para no hacer el cuento largo, la cosa pasó a mayores, aparecieron los golpes y campeón, la violencia. Lo grave del asunto es que, no se trató de “un tiro derecho” (como se dice en el barrio); sino que, entre más de cinco individuos, lo atacaron, lo golpearon, lo patearon en el suelo, hasta dejarlo semiinconsciente ¡Lamentable, incomprensible, reprobable! Siempre estaré en contra de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones.
El individuo terminó en urgencias del IMSS, en donde le realizaron una tomografía que arrojó como diagnóstico “fractura del pómulo”. De ahí fue trasladado al Hospital Regional 2, en Calzada de las Bombas, en donde comenzó el “viacrucis”.
Tres días lo tuvieron en urgencias, amagando con que lo iban a intervenir quirúrgicamente, sin que esto ocurriera. Lo subieron a piso y le salieron con que ¡Habían extraviado su expediente!, y que no lo podían operar ¡Hágame usted el favor!
Así, fueron pasando inexorablemente los días, y ahí lo tenían abandonado a su suerte, sin que nadie le diera una razón, mucho menos fecha para entrar al quirófano, haciendo apología de la falta de ética y ausencia de profesionalismo. De la empatía y la compasión, luego hablamos.
Hasta que, diez días después, se tomó la decisión de abandonar el nosocomio gubernamental, para recurrir a un médico particular, con todas las consecuencias médicas y económicas que esto acarreará.
Toda esta triste situación, toma matices dramáticos cuando recordamos las falaces palabras, a manera de promesa, del primer mandatario de la nación en el sentido de que “En México tendremos un sistema de salud mejor que el de Dinamarca” ¡Sí, Chucha!
¿Hasta cuándo pensaban operarlo?, digo, una fractura se tarda en consolidar 40 días (seis semanas) y ya habían transcurrido 10 días de la cobarde agresión. Me gustaría saber qué hubieran hecho los galenos si el paciente fuera uno de sus familiares ¿Les hubiera importado un comino que quedara, para siempre, con el rostro desfigurado?
Según esto, ahí junto a él, había personas que llevaban un mes y medio esperando para que les repararan una fractura de tibia y peroné. A un señor de 70 años, con fractura de cadera, lo “ayunaron” en más de una ocasión ante la, supuesta, inminencia de que sería intervenido, sin que esto sucediera. Si así ocurre por aquellos lares ¡Pobrecillos de los daneses!
¿Primero los pobres? Me pongo a pensar en toda esa gente a la que no le queda de otra. A las familias que les dan a escoger entre dos sopas: “de fideos o de jodeos”; pero … la de fideos ya se acabó.
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