Del Muro de Berlín de Brezhnev a las líneas rojas de Putin
Para Rusia, Ucrania no es cualquier país, son un solo pueblo, es parte de su identidad y es pieza importante de su zona de influencia. Para el Kremlin, es inaceptable un gobierno abiertamente hostil en un país cercano a sus fronteras, y Ucrania, intentaba seguir su propio camino, tomar sus decisiones, experimentar la soberanía, justo al sur de la frontera rusa. Y, además, aspiraba entrar a la OTAN.
Ubicar a Ucrania en medio de una confrontación Este-Oeste, convertirla en un país satélite, es un grave error dice Henry Kissinger, pues conduce a Moscú a repetir sus presiones de antaño sobre Europa y Estados Unidos. “Un error histórico” califica Madeleine Albright, pues la confrontación arrastraría al mundo a una nueva edición de la Guerra Fría que nadie desea, y que Rusia no podría soportar aún con sus armas nucleares. Putin advierte a Occidente que no se involucre en “provocaciones” ni cruce “las líneas rojas” pues enfrentaría fuertes represalias.
Las “líneas rojas”, advierte el Kremlin, las definiría como mejor le parezca siempre que surja la necesidad. El punto de no retorno, lo define Moscú. Podría ser la versión “reloaded” de los juegos de guerra entre Putin y Biden.
Ucrania es para Rusia parte de su nación y pieza clave de su esquema de defensa, por eso y desde la perspectiva actual del Kremlin, es necesario controlarla.
La pretensión por parte de Ucrania de entrar a la OTAN fue un acto intolerable para Rusia, una provocación, pues se sintió totalmente rodeada de países unidos en una alianza militar occidental en su frente europeo. La frontera rusa con Europa, se topa de frente con los países miembros de la Alianza Atlántica: desde el norte, los países Bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), seguidos hacia el sur por Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania.
La adhesión de los países Bálticos junto con Eslovaquia y Rumania exasperó el ánimo ruso, y las aspiraciones de Ucrania para entrar a la Alianza, fue considerada una afrenta. A Estados Unidos le reclamó no extender más el dominio militar de la OTAN, pues el cerco occidental es una amenaza para su seguridad. Por eso, Rusia exigió a Estados Unidos retirarse de sus fronteras, en ese esfuerzo puso un ejemplo muy interesante: “Estados Unidos está desplegando sus misiles… en la puerta de nuestra casa…¿Qué pensarían los estadounidenses si por ejemplo, (vamos) a la frontera entre Canadá y Estados Unidos, o México…y decidiéramos desplegar misiles ahí?”
A estas alturas, ya el asunto de la OTAN y el punto del ingreso de Ucrania, es un tema más que rebasado. Ni Occidente estuvo dispuesto a dar marcha atrás a su sistema de defensa, ni Putin en retroceder en sus ambiciones sobre Ucrania. Sauli Niinisto, presidente de Finlandia dijo de Putin meses antes de la invasión: se escucha “más decisivo…siente que tiene que aprovechar el impulso que tiene ahora”. Si Estados Unidos tiene su dominio sobre otros países, entonces Rusia también tiene ese derecho.
Madeleine Albright, secretaria de Estado, dice que Putin está decidido a restaurar la grandeza de su país. Quiere recuperar a la potencia, y extender su poder en sus vecinos. Anhela el poder para dividir a Occidente y romper la unidad de la OTAN.
Ucrania significa la oportunidad para concretar estos deseos. La invasión de Ucrania, rompe el confort de la pax americana que perduró desde la caída del Muro de Berlín y abre la posibilidad de imponer un nuevo equilibrio de poder, con Estados Unidos, Rusia y China. La invasión también resuelve sus preocupaciones sobre seguridad, aplasta las ambiciones soberanas de Ucrania y lo convierte en un país “satélite” del Kremlin, a la usanza de la Guerra Fría.
Y esta no es la primera vez que lo intenta. En 2013, Rusia trató de enganchar al presidente ucraniano Víctor Yanukóvich. Este quiso concretar un acuerdo con la Unión Europea (UE), y para evitarlo Rusia ofreció un fuerte apoyo económico y la reducción del precio de gas. El jaleo provocó la manifestación en contra del gobierno en la plaza de Maidán, en Kiev. Para 2014, la crisis empeoró y dejó un saldo de 100 muertos, lo que provocó la huída de Yanukóvich. Rusia cambia de táctica y mira hacia Crimea en esa península, el Kremlin envía militares rusos camuflajeados y agentes de inteligencia para entrar en Crimea y “trabajar” en su anexión.
En febrero de 2014, por medio de un referéndum fabricado, Rusia se anexa Crimea. La OTAN suspendió la colaboración con Moscú; y Estados Unidos junto con la Comunidad Europea le impusieron sanciones. Naturalmente Putin mide actitudes.
¿Parece esto un deja vu? Qué hace Rusia (antes la URSS) para ampliar su zona de influencia: desarticular gobiernos establecidos por medio del apoyo a grupos subversivos (guerrillas, separatistas). Al tomar el control, establece un gobierno títere, sin hacer uso de sus fuerzas militares (para eso tiene a los subversivos locales) y solo las utiliza en caso necesario, como lo fue en Afganistán.
De vuelta a 2014, el mismo esquema se reproduce en la región del Donbás. Los grupos separatistas en Donetsk y Lugansk reclaman integrarse a Rusia, reciben apoyo económico y militar, y cuentan con la ayuda del ejército ucraniano. En 2015 se celebran los acuerdos de Minsk, entre Ucrania, Rusia las fuerzas separatistas de las regiones de Donetsk y Lugansk. El acuerdo se celebró bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Se logró un alto al fuego.
Putin, Zelenski, y Estados Unidos.
En 2019, llega al gobierno de Ucrania Volodymir Zelenski, éste y Putin retoman el acuerdo de paz de Minsk. Tal vez Putin solo simuló interés pues es más de acción, le encanta el judo y no el ajedrez, como dice Albright.
A mediados de 2019, Zelenski sostuvo un acercamiento muy peculiar con Donald Trump. En una llamada telefónica, éste le pidió un favor “especial” a cambio de una visita a la Casa Blanca y ayuda militar. El gran favor fue que Zelenski investigara las acusaciones de corrupción contra Biden. Nada de esto procedió, pero si fue un escándalo. Putin tomó nota, su vecino ya andaba de “amigou” de Trump. Y las ganas de entrar a la OTAN seguían en pie.
En diciembre de 2021, la inteligencia norteamericana señala las intenciones rusas de preparar una invasión a Ucrania.
Enero 2022, se agotan los medios diplomáticos entre Estados Unidos y Moscú; y entre la OTAN y Rusia. Se desarrolla una guerra de información entre Washington y Moscú. Biden acusa que Rusia busca algún pretexto para justificar la invasión.
El 18 de febrero se celebró la Conferencia de Seguridad de Munich. El tema central es Ucrania y Rusia. Biden y Putin no asisten. En la reunión se insiste en la diplomacia, se pide el retiro de tropas rusas o habrá sanciones. Alemania dice estar dispuesta a “pagar un alto precio económico…las opciones (incluyen) el gasoducto Nord Stream”.
El 21 de febrero, la respuesta de Putin es el reconocimiento de las regiones prorrusas de Donetsk y Lugansk, ordena el envío de tropas rusas a la zona como “fuerzas de paz” para “proteger” a la población. Occidente aplica más sanciones.
El 24 de febrero 2022, Putin anuncia la “operación militar especial” en la región del Donbás. Inicia la invasión de Ucrania. El 25 febrero 2022 Zelenski sostiene una llamada telefónica con Biden, acordaron endurecer sanciones contra Rusia y ayuda militar.