La CIA tiene en su embajada en México su más grande estación de espionaje en el extranjero
I
La oposición intervencionista del embajador Ken Salazar a cualquier relación diplomática o amistosa de México con Rusia y la denuncia del jefe del Comando Norte de EU, general Glen VanHerck, de que Rusia tiene desplegados en México más espías que en cualquier otro país parecen olvidar hechos

irrefutables de los tiempos en que EU se había apropiado de la seguridad nacional y la soberanía mexicana y aquella historia en la que México se negó a obedecer la consigna de la Casa Blanca en 1962 para que todos los países de la OEA rompieran relaciones con Cuba.
La historia de México con el espionaje estadunidense es larga:
En los años de 1984 a 1991, México fue considerado el Berlín de América: en el territorio mexicano se concentró el mayor número de agencias de espionaje extranjeras, destacando la CIA, la DEA, el KGB soviético y de manera sobresaliente el STASI de Alemania comunista. El periodista Manuel Buendía reveló, en sus columnas recogidas en su libro La CIA en México, que esa oficina de espionaje de control directo de la Casa Blanca tenía en México su estación o centro de espionaje más importante en el extranjero, inclusive mayor que en Moscú, Pekín y Alemania.
En 1984 y 1985 la Casa Blanca, la CIA y la embajada de Estados Unidos en México desarrollaron un gigantesco operativo de actividad clandestina con tres propósitos: frenar la presencia de la URSS y el KGB, evitar la contaminación revolucionaria por el gobierno sandinista y frenar el expansionismo ideológico de Cuba. México fue usado por EU como una barrera contra La Habana.
En los libros Diario de la CIA de Philip Agee y Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia oculta de la CIA, de Jefferson Morley, se revela, sin ser reconocido por México, que Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría estaban en la nómina de la CIA dentro del programa LITEMPO y que los directores de la Federal de Seguridad, la policía política del Estado mexicano con funciones represivas, había sido entrenada por la CIA y sus directores también estaban en la nómina de la agencia de espionaje. La DFS se había fundado a instancias de la CIA en 1947 en base al Acta de Seguridad Nacional que legitimó la guerra fría, fundó la estructura del espionaje estadunidense como un ejército privado del presidente de Estados Unidos y ejerció facultades para asesinar a políticos extranjeros, derrocar gobiernos y realizar actividades terroristas en todo el mundo.
En 1985 estalló una severa crisis de la CIA en México por varios asuntos hoy ya conocidos:
1.- Los jefes de las policías federales de México estaban apadrinando en el periodo 1984-1985 a los primeros cárteles de la marihuana que contrabandeaban producto a Estados Unidos.
2.- En 1984 el entonces director de la Federal de seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, autorizó un programa de capacitación en inteligencia con la STASI, la agencia de inteligencia de Alemania comunista que operaba como brazo directo del KGB soviético. Así, los agentes de la DFS abandonaron sus relaciones con la CIA.
3.- En 1985, al calor de las protestas estadunidense por el secuestro, tortura y asesinato del agente de la DDEA Enrique Camarena Salazar en febrero en Jalisco por el cártel de Rafael Caro quintero y Ernesto Fonseca Don Neto, el embajador Gavin inició un operativo de presiones sobre México para demostrar que era un país corrupto y que Estados Unidos necesitaba tomar el control.
4..- En su libro Velo. Las guerras secretas de la CIA 1981-1987, el periodista Bob Woodward reveló una instrucción directa del director de la agencia, William Casey, para que se elaborara un reporte de inteligencia que probara que México era un caos. El encargado designado fue John Horton, quien había sido jefe de la estación de la CIA en México; y en función de esa experiencia, Horton se negó a redactar el texto, difundió la versión de que la agencia fabricaba reportes y publicó su renuncia y sus razones en un artículo en la página de opinión del The Washington Post.
5.- La tesis del caos en México formó parte de una conspiración que unía a la CIA, al senador ultraderechista Jesse Helms y al Consejo de Seguridad Nacional que estaba embarcado ya en el escándalo Irán-Contra para traficar armas a Teherán y financiar así a la contra nicaragüense. El eje del operativo fue el analista Constantine Menges, que trabajaba en las oficinas de la CIA encargadas de temas mexicanos; por recomendación de Helms, Menges fue designado director de asuntos latinoamericanos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Y por su experiencia, Menges operó contra México a partir de su texto de 1982 titulado: México, ¿Iran Next door? Que planteaba una revolución popular tipo Jomeini en Irán en el país vecino.
6.- En México, el embajador Gavin tomó el control de la estación de la CIA y lanzó una campaña de desprestigio contra Zorrilla Pérez. En medio del escándalo del agente Camarena se perdió una información que se publicó en la primera plana del The New York Times, firmada por dos reporteros especializados en seguridad nacional: Joel Brinkley y Robert Lindsay. El centro del reportaje denunciaba que agentes de inteligencia de Alemania comunista habían tomado el control de la agencia mexicana de seguridad nacional, la DFS. Zorrilla fue obligado a renunciar, pero no por la creencia de que había sido el responsable del asesinato del columnista Manuel Buendía, sino por la entrega del servicio mexicano de espionaje al KGB soviético vía la STASI de Alemania comunista.
7.- En su libro LA CIA en México (1984, editorial Océano), Manuel Buendía había conjuntado sus columnas sobre las actividades de la agencia estadunidense en México. El 28 de agosto de 1978 reveló que el coronel Raúl A. Garibay operaba como el jefe de la estación de la CIA en México y en octubre de ese mismo año dijo que Lawrence Sternfield era el jefe de la CIA en México, En 1980 dio a conocer que Stewart D. Burton funcionaba como el jefe de la estación de la CIA en sustitución de Sternfield. En 1983: Theodore Stark Wilkinson sería jefe de la estación de la CIA, que había sustituido a Francis MacDonald en ese cargo hasta 1981. Buendía también reveló en 1982 que Joaquín Cisneros Molina fue secretario particular del presidente Díaz Ordaz y al mismo tiempo se involucró en labores de espionaje a favor de la CIA. Y uno de los más denunciados por Buendía como agente de la CIA fue Daniel James, que se acreditaba como periodista de medios estadunidenses y llegó a colarse en el equipo de campaña del candidato López Portillo.
8.- En enero de 1981, Buendía dio a conocer un libro blanco de los agentes de la CIA en México que había sido elaborado por periodistas de la agencia de noticias alemana DPA. La lista era de 79 personas y había sido elaborada en 1968. El dato mayor era la presencia de agentes de la CIA en ciudades de todo el país, sobre todo Monterrey, Guadalajara, Ciudad Juárez, Tijuana y Distrito Federal. La lista aparece con nombre y apellidos en las páginas 146-150 del libro La CIA en México.
8.- En julio de 1982, el periodista Raymundo Riva Palacio publicó en Excelsior una lista de 234 agentes de inteligencia diseminados en todo el mundo. de ellos, 26 laboraban en México: Stewart D. Burton, Daniel Flores, Robert J. White, Jeffrey J. Horton, Shaun D. Sullivan, Francis MacDonald, David T. Sampson, Lawrence M. Wright, Gerald, G. Peterson, Russel J. Morgan, Jacquelyne J. Borgel, William C. Frietze, Henry A. Stenger, Juan F. Valdez, Taylor Belcher III, Elida F. Sánchez, Elvin M. Drake, Lorelile M. Cade, Olga Domínguez, Suzanne Zook, Janet McKinley, Agnes E. Mulloy, Sandra A. Bourdeux, Earl L. Eason, Paul R. Gelinas y Paul A. Peña.
II
La denuncia y oposición del embajador estadounidense Ken Salazar sobre las relaciones diplomáticas de México con Rusia reviven a Gavin en México y fue un acto de intervencionismo en el acotamiento de la autonomía diplomática mexicana, pero de manera obligada llevó a la referencia de un caso similar ocurrido en 1962: la Casa Blanca dio la orden a la OEA de organizar la expulsión de Cuba de ese organismo multilateral por su definición marxista leninista. México se negó a cumplir con la instrucción y fue el único país que mantuvo relaciones diplomáticas con el gobierno de Fidel Castro.
El asunto no fue un capricho diplomático de México ni del presidente López Mateos, sino que el caso Cuba significó la gran oportunidad para que el gobierno mexicano asumiera una autonomía relativa de las directrices de seguridad nacional de la Casa Blanca sobre todos los países latinoamericanos. México había jugado un papel muy importante a mediados de 1961 cuando un grupo de contrarrevolucionarios los cubanos y estadounidenses entrenados por la CIA en Guatemala intentaron desembarcar en Playa Girón-Bahía de Cochinos, pero fueron recibidos por fuerzas leales a Castro; a la fecha, la CIA tiene la creencia de que hubo una filtración interna sobre el día y el lugar del desembarco.
La expulsión de Cuba ocurrió en una reunión de la OEA en Punta del Este, Uruguay. Las razones de México, tanto diplomáticas como de política interna, fueron revisadas a profundidad por la investigadora Olga Pellicer en el capítulo III de su investigación México y la Revolución Cubana, publicado en 1972 por El Colegio de México. El marco político circunstancial fue clave para México: el último jalón del nacionalismo revolucionario que había impulsado la Revolución Mexicana y el papel estabilizador que jugaba la entonces izquierda institucional del PRI y sobre todo el espacio de movilidad que había adquirido la izquierda socialista incrustada en instituciones educativas y sindicatos mexicanos.
El pensamiento político del presidente López Mateos representó también el último impulso que pudo dar la izquierda priísta para mantener un margen de maniobra ante los intereses estadounidenses que estaban subordinando a México a las prioridades de la Casa Blanca. La revolución cubana había encontrado en México un espacio de movilidad política e ideológica, aunque pagando el costo de una polarización con la ultraderecha política y sus aliados católicos conservadores que habían fijado en la vida política nacional el dilema de “cristianismo sí, comunismo no”.
López Mateos no era un comunista, ni siquiera un izquierdista, pero provenía de los sectores progresistas de la izquierda priísta. Sin embargo, México se encontraba en 1962 en medio de una preeminencia de la ola conservadora. En 1958 como el secretario del trabajo y candidato presidencial del PRI, López Mateos había encarado una ofensiva de la izquierda comunista en la toma del poder sindical en las organizaciones magisteriales y de ferrocarrileros, lo que llevó a la gran represión y encarcelamiento de los líderes socialistas. El arranque de su gobierno había estado atrapado entre el sector conservador político-empresarial y la izquierda movilizada en las calles de todo el país. El 30 de junio de 1960, López Mateos había hecho una declaración que sacudió los acuerdos mínimos de estabilidad política e ideológica de su régimen: “mi gobierno es, dentro de la Constitución, de extrema izquierda”. y aunque se refería a la izquierda no socialista ni marxista sino progresista-priísta, de todos modos género oposición en contra de los principales organismos empresariales, quienes publicaron a finales de este año un desplegado con una pregunta provocadora que mezclaba el avance del Estado en la economía y las preocupaciones por la política exterior: “¿Por cuál camino, señor presidente?”, y estaba firmado por las organizaciones cupulares Concanaco, Concamin y Coparmex.
La fortaleza de la izquierda institucional se sustentaba en el liderazgo del expresidente Lázaro Cárdenas, quien encabezaba en 1962 una campaña de apoyo a la revolución cubana, además de la influencia en medios de la revista Política, el suplemento México en la Cultura de Fernando Benítez en Novedades y luego La Cultura en México, las páginas de la revista Siempre y todos los intelectuales progresistas de reconocimiento. El expresidente Cárdenas había creado la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) para construir un blindaje internacional alrededor de la revolución cubana. En este bloque político progresista estaban los principales sindicatos en el rubro ferrocarrilero, magisterial y eléctrico, además de la enorme movilización que generó la revolución cubana entre los estudiantes universitarios de los centros públicos.
La polarización provocada por la revolución cubana en México había ganado ya las calles y llevaría en 1961 a una gran marcha callejera en mayo organizada por la ultraderecha religiosa y empresarial y cuya historia fue narrada desde dentro por el escritor Vicente leñero en su novela Redil de ovejas, pues le había tocado vivir de cerca la efervescencia política al participar en la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (ACJM) que operaba como un aglutinante político-ideológico de la derecha.
Ante el deterioro del aliento político de la Revolución Mexicana, una parte importante de sus élites encabezó la disidencia ideológica y utilizó a la revolución cubana como un factor de realineamiento frente ala derechización del país, encabezada en ese entonces por el secretario de Gobernación lopezmateísta, Gustavo Díaz Ordaz, quien se estaba encargando de desactivar a los grupos radicales de izquierda que pululaban alrededor de instituciones del sector público.
La política exterior mexicana era otro refugio del sector progresista de los gobiernos priístas por el papel de la Doctrina Estrada que le permitía a México no pronunciarse política e ideológicamente sobre la inclinación de gobiernos de otros países y simplemente acreditaba la decisión nacional a relaciones diplomáticas o negarse a ellas sin calificativos. Esta doctrina confrontaba la Doctrina Monroe de 1823 que había definido el espacio de dominio territorial, político o ideológico de Estados Unidos bajo el criterio de que el continente americano era de propiedad total de los intereses de la Casa Blanca. La Doctrina Estrada se había convertido en la esencia del modelo diplomático de nacionalismo defensivo y se alejaba del cumplimiento estricto de las instrucciones de la Casa Blanca.
En este contexto, las relaciones diplomáticas de México operadas con autonomía política e ideológica

han permitido marcar una distancia de la dominación opresora de los intereses geopolíticos de Estados Unidos y le permitió a México participar en un espacio de autonomía relativa con apoyo a movimientos progresistas y revolucionarios como un punto de referencia de los entendimientos con la seguridad nacional estadounidense.
En esta lógica se tiene que analizar la autonomía diplomática de México para mantener el grado que desee de relaciones diplomáticas con países en conflictos con Estados Unidos, sin que implique una alianza militar ni subordine a México a las prioridades de la Casa Blanca. La decisión mexicana de crear un grupo de amistad México-Rusia no compromete la diplomacia de la cancillería, pero define los intereses de México por encima de cualquier otro país.