Por Alex Callinicos
Traducción: Valentín Huarte
Primera Parte
La guerra en Ucrania es una disputa entre dos rivales imperialistas impulsada y dirigida por la competencia capitalista.
Los medios dominantes presentan la guerra en Ucrania como una lucha entre la «democracia», que estaría representada por Ucrania y sus partidarios occidentales, y el «autoritarismo» del régimen de Vladimir Putin en Rusia. Pero las cosas no son tan simples. Por ejemplo, todo indica que el partidario más entusiasta de Ucrania es el gobierno de extrema derecha polaco, actualmente bajo investigación de la Unión Europea a causa de sus tendencias autoritarias. Putin, en cambio, cuenta con el respaldo de la india que, a pesar de tener un gobierno brutal y fascista, no deja de ser una democracia multipartidista.
El modo dominante de representar el conflicto pretende fundar la equivalencia entre el bloque de Estados capitalistas liberales y la «comunidad internacional». Y también niega sin concesiones la legitimidad de los intereses del bloque rival en función de su proclamado «autoritarismo». Todo lo cual implica hacer la vista gorda frente a, por ejemplo, la homicida autocracia saudí.
Cuando buscamos mejores marcos para comprender el conflicto, nos topamos rápidamente con la idea de imperialismo, un recurso fundamental. Después de todo, Putin parece estar empeñado en restaurar el viejo imperio zarista que la Revolución de Octubre tiró abajo en 1917. Con todo, es importante definir el término con claridad. El concepto de imperialismo se deja definir en referencia a un fenómeno que atraviesa distintas épocas históricas y que incluye todas las formas en las que los Estados más poderosos dominan, conquistan y explotan a sus sociedades vecinas.
Este rasgo característico de las sociedades de clases se remonta a los imperios persa, chino y romano. Es evidente que Rusia está comportándose como una potencia imperialista en ese sentido: con sus acciones busca someter el Estado ucraniano y repartirse su territorio. Pero, ¿esta definición general basta para comprender el conflicto? Gilbert Achcar, marxista libanés, piensa que sí. Por eso adopta lo que denomina una «posición antiimperialista radical», centrada exclusivamente en la lucha entre Rusia y Ucrania:
El éxito de Rusia sobre Ucrania alentaría a los Estados Unidos a retomar el camino de conquistar el mundo por la fuerza en un contexto en que una nueva división colonial empieza a fortalecerse y los antagonismos son cada vez peores. En cambio, el fracaso de la aventura rusa —sumado a los fracasos de Estados Unidos en Irak y en Afganistán— reforzaría lo que Washington denomina el «síndrome de Vietnam». Además, creo que es bastante obvio que la victoria de Rusia fortalecería considerablemente el belicismo y fomentaría el gasto militar en los países de la OTAN —un proceso que ya está en marcha—, mientras que la derrota plantearía condiciones mucho mejores en nuestra batalla a favor del desarme general y de la disolución de la OTAN.
En efecto, sería bueno que el pueblo ucraniano expulsara a los invasores rusos. Pero el argumento de Achcar flaquea cuando afirma que eso debilitaría a Estados Unidos y a la OTAN. Ambos están respaldando con entusiasmo a los ucranianos, llenando el país de armas y aumentando su gasto militar.
Supongamos que esta campaña, sumada al coraje de los luchadores ucranianos, culminara en la derrota de Rusia. ¿La reacción de Estados Unidos y de sus aliados sería desarmar y disolver la OTAN? Por supuesto que no. Celebrarían el resultado como una victoria propia y alentarían con más fuerza el desarrollo de la OTAN. De hecho, Estados Unidos sentiría que su posición en la lucha histórico-mundial por la hegemonía con su verdadero enemigo —es decir, China— mejora.
El enfoque de Achcar —igual que el de otros analistas de izquierda que esquivan el asunto de la OTAN, como Paul Masson— prescinde de la comprensión históricamente específica del imperialismo que aporta el marxismo. La teoría surgió por primera vez en los años 1860 con El capital de Marx. Pero alcanzó un desarrollo más sistemático durante la Primera Guerra Mundial. Los marxistas de aquella época enfrentaron una realidad similar a la nuestra. Fue entonces cuando el economista liberal J. A. Hobson escribió, «La novedad del imperialismo actual […] consiste principalmente en que es adoptado por muchos países. La noción de muchos imperios que compiten entre sí es esencialmente moderna».
Esta competencia geopolítica se expresaba en los conflictos por el territorio —colonias y semicolonias que los Estados más grandes luchaban por dominar— y en la aceleración de la carrera armamentística. El desarrollo de la teoría marxista del imperialismo pretendía explicar estos conflictos que estuvieron detrás de las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) y que sumergieron en sangre al mundo entero.
En vez de remitir a una teoría general del imperialismo, el marxismo postula una teoría del imperialismo capitalista. Vladimir Lenin, revolucionario ruso, afirmaba que el imperialismo era la fase superior del capitalismo. Rosa Luxemburgo, su camarada polaco-alemana, escribió: «La esencia del imperialismo consiste precisamente en la expansión del capital, que parte de los viejos países capitalistas hacia nuevas regiones, y en la lucha política y económicamente competitiva de esos países por el dominio de las nuevas áreas».
En otros términos, el imperialismo capitalista representa la intersección de la competencia económica y la competencia geopolítica. La competencia económica es la fuerza que impulsa el capitalismo: las empresas compiten unas con otras, invirtiendo en la expansión y en el desarrollo de los medios de producción con el objetivo de captar porciones de mercado cada vez más grandes.
Ahora bien, a fines del siglo diecinueve, la lucha geopolítica entre los Estados estaba sometida a la lógica capitalista de la acumulación competitiva. Y ese sometimiento específico reflejaba transformaciones que afectaban tanto a los conflictos bélicos como al capitalismo. La guerra se industrializó cuando el poder militar empezó a depender de la producción masiva de armas, medios de defensa y medios de transporte. Por eso los Estados estaban obligados a promover el capitalismo industrial.
Publicado originalmente en jacobinlat.com