No se necesita ser guapo para comprender que, a estas alturas, es un acto de hipocresía pretender enarbolar la bandera de “un asunto de la vida privada” cuando en realidad no se quiere hablar de un tema que no conviene al protagonista. Definitivamente es un insulto a la inteligencia de cualquier persona, sobre todo, cuando el abanderado ha hecho público en todos los medios de comunicación y plataformas hasta el largo de su intestino delgado.
Esto no se los está diciendo cualquier miembro activo de la opinocracia. Se los dice el que catapultó, junto con las editoras de la revista Quién, la importancia de mostrar desde el periodismo la parte humana de los políticos (por allá de los inicios del año 2000) y que más tarde se convirtió en una poderosa arma de mercadotecnia emocional para conectar con los votantes.
Al que no me crea que los mensajes se recuerdan mejor desde el corazón que desde la razón, ahí va una pregunta para guapos: ¿Cuáles son las tres promesas de campaña que hizo el entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto en la elección de 2012?… ¿Nadie? Bueno, por favor que alguien me diga con quién se casó Peña Nieto previo a la elección de 2012 y luego se divorció… Así de fácil. Así de rápido. Así de práctico es como funciona la memoria emocional del electorado.
Luego de dos décadas de mover el abanico como cronista de los días más luminosos y los más oscuros del poder puedo decir que en las campañas electorales los políticos enseñan todo. Y cuando digo todo, es to-do lo que atraiga votos. En mis primeros años en esto del periodismo del corazón lo hacían a través de las revistas con este corte como Hola, Quién y Caras. Ahora lo hacen a través de las redes sociales, sobre todo Instagram y TikTok donde se transita por un camino mejor asfaltado para llegar al “corazón”.
El caso del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador no es la excepción. En sus largos años de campaña para convertirse en presidente de México AMLO mostró los rincones más íntimos de su vida privada con el fin último de generar la empatía y simpatía necesarias para que se plasmaran en las boletas electorales. López Obrador nos presentó a su esposa, a sus hijos, su casa, sus artes, lo que le pasaba bueno y malo en su día a día como candidato.
Que no se nos olvide aquel spot para la elección de 2012, transmitido en cadena nacional, en donde López Obrador sale con su hijo Jesús Ernesto, a quien procreó con su esposa Beatriz Gutiérrez Müller. El niño, entonces de cinco años de edad, aparece sentado en las piernas del político todo el tiempo que dura el mensaje. Al final, el pequeño mira a la cámara y le da un beso a su padre.
Para la elección de 2018 vimos que el candidato de la coalición “Juntos Haremos Historia” metió al periodista Javier Alatorre de TV Azteca hasta la recámara de su hijo, en su casa de la alcaldía Tlalpan, donde incluso en la toma se observa incluso a la trabajadora del hogar que estaba planchando la ropa de los patrones. Si esto no se llama abrir las puertas de par en par a lo más íntimo de la vida privada que alguien me explique.
Este cuestionamiento sale a colación a propósito del estado de salud del presidente López Obrador. La versión oficial dice que por tercera vez salió positivo a la prueba de la COVID-19. Así ya lo manifestó el Jefe del Ejecutivo en un video transmitido el 26 de abril. ¡TRES DÍAS DESPUES, TRES! Y es que desde el 23 de abril se hizo público su desvanecimiento en un evento en Mérida, Yucatán.
“¿De qué está enfermo el Presidente?” es la pregunta que todo México se hizo esos tres días y se sigue haciendo y, por supuesto, tiene derecho a saber desde la verdad. No desde la negación, como lo hizo el vocero de la presidencia Jesús Ramírez Cuevas ; tampoco desde los simples caracteres de la cuenta de Twitter del mandatario que lo único que abonaron es a llenar los vacíos que genera su pésimo control de daños.
Más de una decena de colaboradores, más de una decena de simpatizantes y más de un centenar de comentarios en las redes sociales se enrollan en la caduca bandera de que la salud del Presidente “un asunto estrictamente de la vida privada”. No y mil veces no. La salud de un Presidente es un asunto público. Y aunque fuera “estrictamente privado” ya mostramos a un Presidente que ha mostrado a los cuatro vientos su vida privada.
¿O sea que en campaña sí y en la Presidencia no? ¿Es decir, la salud sí es pública y la enfermedad es privada? Ahí es donde está la incongruencia que, por cierto, es la marca registrada de este gobierno.
La salud del presidente de México es más relevante que cualquier otro tema de su vida privada con el que nos quiera entretener-conectar-empatizar. A los guapos nos da igual en qué puesto de fritangas se detiene a comerse una quesadilla con un altar de la Virgen de Guadalupe como escenografía (eso sí, AMLO vestido con camisa de la marca Brooks Brothers. Esta foto sí existe. La publiqué hace un tiempo en Cuna de Grillos).
Lo que no nos da igual a los guapos son las causas de los desvanecimientos del Presidente. Cuál es su verdadero estado de salud. Qué enfermedades tiene, porque con ellas, probablemente tendrá que tomar varias decisiones de Estado. Y eso, por supuesto que nos compete. Desde lo público y lo privado.
El verdadero problema de los silencios es que siempre son llenados. En la mayoría de las ocasiones por rumores que, a mayor reproducción, adquieren una falsa verdad que se convierte en verdad absoluta y eso ni Dios padre quita, por los siglos de los siglos.
Twitter: @betotavira
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