No es lo mismo ser quien se beneficie de la transparencia y los sistemas democráticos de control al poder, que ser quien ostenta el mismo y ser objetivo de esos dardos de los que de vale la democracia para darle el poder al ciudadano.
Desde la perspectiva global, México es un país con una democracia joven, pero que se ha ido consolidando.
Desde aquellas luchas de Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier, así como diversos opositores al régimen priísta, quienes desde diversos escaños buscaron desconcentrar el poder, crear organismos autónomos que pusieran límites al poder casi imperial del Presidente en turno, mismos que se fueron consolidando a finales de la década de los noventa, hasta las iniciativas de ley que personajes como el propio Andrés Manuel López Obrador promovió desde el PRD y posteriormente MORENA, nuestro país había logrado construir un sistema democrático, que aunque perfectible, es lo suficientemente sólido como para haber garantizado la transición democrática de tres alternancias de partidos en el poder, en menos de 18 años.
Bajo las reglas de ese país democrático, con límites al poder, controles mediante organismos autónomos, mecanismos de transparencia, aunados al auge de las redes sociales y su impacto en el flujo de información que impedía ocultar noticias y escándalos de nuestra clase política, Andrés Manuel López Obrador y sus simpatizantes, vapulearon al poder político y lograron ganar la Presidencia de la República en 2018.
Una vez teniendo el control político, las cosas cambiaron.
No es lo mismo ser quien se beneficie de la transparencia y los sistemas democráticos de control al poder, que ser quien ostenta el mismo y ser objetivo de esos dardos de los que de vale la democracia para darle el poder al ciudadano.
Hoy Andrés Manuel ha buscado desaparecer todos los contrapesos que la propia oposición, a la cual el pertenecía, formó y exigió, pretende destruir aquellos organismos autónomos que le dieron evidencias de los actos de corrupción de los sexenios de Fox, Calderón y Peña.
Para AMLO, esas instituciones que le ayudaron a llegar al poder, hoy son su principal objetivo para destruir pues se han convertido, en las lupas que exhiben a sus cercanos en diversos actos de corrupción que, en algunos casos, superan los vislumbrados en sexenios pasados.
Es por ello por lo que, tal y como lo dijo el Secretario de Gobernación, Adán Augusto, el mundo ideal de Andrés es aquel conde reina la opacidad, donde el Congreso rinde pleitesía a su majestad el Presidente, como lo hacían con su tocayo de apellido, López Portillo.
Hoy el discurso de Presidencia es claro: o se está con ellos o contra ellos. Así de simple.
En el mundo ideal de Andrés no hay cabida para cuestionarlo, dudar de su palabra, investigar a sus cercanos. No hay espacios para decir algo sin su autorización.
Lo anterior queda acreditado con los ataques contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tras declarar inconstitucional el proceso legislativo mediante el cual, Morena y sus secuaces dejaron fuera a la oposición para votar el ya famoso Plan B electoral.
Ante esa situación, el discurso oficialista en contra de los Ministros de la Corte cada día será más radical, incluso al grado de ocurrencias como la de Ignacio Mier quien propuso someter a consulta ciudadana la reforma electoral para remover a los ministros y que sean electos por voto popular, olvidando que esa propuesta requiere mayoría calificada en el Congreso, y posteriormente, ser sometido a validación… de la Suprema Corte.
El mundo ideal de Andrés es aquel donde la Corte autorice sus arranques autoritarios violatorios de la Constitución, es un mundo donde la clase media no tenga aspiraciones y se conforme con la pobreza, donde los intelectuales halaguen al presidente y sus obras faraónicas, donde el ejército controle a la administración pública.
Cada día estoy más seguro que el México de Andrés Manuel no es Venezuela, como el panismo nos lo quiso vender.
El mundo ideal de Andrés se parece más a Cuba, donde el dictador manda, nadie más hable, nadie más opina, nadie aspira a más.
Es así como México hoy se juega el destino de su democracia. Votaremos por un México democrático o el México ideal de Andrés.
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