Entre 1969 y 1973, los ataques en Camboya arrojaron 150 000 civiles muertos, y Henry Kissinger es el responsable de ellas, cuando se le cuestionó sobre el tema el ex secretario de Estado contestó como acostumbra: con sarcasmo y sin dar respuestas precisas.
Este sábado Henry Kissinger, un eterno enamorado del poder, cumplió 100 años de edad, festeja un siglo de vida y cargado de las más siniestras memorias y con sangre en las manos, sin embargo, el ex asesor de seguridad nacional y ex secretario de Estado duerme bien, goza de una envidiable lucidez, se presenta todavía en foros internacionales y concede entrevistas donde se lanza a dar consejos o señalar algunos traspiés desde galerías como fue el caso de Vladimir Putin, de quien dijo que la intervención en Ucrania había sido un error y que el líder del Kremlin se las vería negras para salir del atolladero sin rasguños en su investidura. Siempre al lado de presidentes, visitante asiduo en la Oficina Oval, Kissinger disfrutó de las mieles del poder pues, según su definición “es el afrodisiaco definitivo”, lo que le inyecta vida. No obstante, los archivos pesan, y uno de ellos es sobre los bombardeos estadounidenses de Camboya entre 1969 y 1973 cuya documentación es bastante extensa. The Intercept realiza una recopilación con testimonios, fotografías y documentos originales de los archivos del ejército de los Estados Unidos en aquella época sobre uno de los peores “errores” en la historia militar estadounidense y una de las más grandes mentiras de la administración Nixon, además del escándalo de Watergate, del cual, por cierto, Kissinger salió ileso.
Entre 1969 y 1973, los ataques en Camboya arrojaron 150 000 civiles muertos, y Henry Kissinger es el responsable de ellas, cuando se le cuestionó sobre el tema el ex secretario de Estado contestó como acostumbra: con sarcasmo y sin dar respuestas precisas. Nick Turse realiza para The Intercept una extensa reseña sobre las investigaciones realizadas por el Pentágono sobre los crímenes de guerra en la década de 1970 donde se reveló que las muertes de civiles, los bombardeos adicionales y ataques terrestres en el terreno del sudeste asiático se mantuvieron en secreto y nunca se informaron al mundo exterior, y mucho menos a los ciudadanos estadounidenses pues en el terreno doméstico las protestas estaban en su punto más álgido. Los 75 sobrevivientes de 13 aldeas camboyanas ubicadas en la frontera con Vietnam relataron estos ataques donde las aldeas no solo fueron bombardeadas, sino también ametralladas desde los helicópteros artillados, quemadas y saqueadas por las tropas estadounidenses y las aliadas.
El ocultamiento, el engaño y la ausencia de rendición de cuentas por parte del personal de Estados Unidos no solo cubrieron las atrocidades en Camboya, sino que establecieron la pauta a seguir en la guerra contra el terrorismo desde Afganistán hasta Irak, Siria, Somalia en África y más allá. “Las justificaciones encubiertas para bombardear ilegalmente Camboya se convirtieron en el marco para justificar los ataques con aviones no tripulados y de la guerra para siempre. Es una expresión perfecta del círculo ininterrumpido del militarismo estadounidense”, dijo Greg Grandin autor de “La Sombra de Kissinger”. Esos 150 000 civiles muertos en Camboya equivalen a seis veces el número de civiles muertos que se cree que murieron en ataques aéreos en Afganistán, Irak, Libia, Pakistán, Somalia, Siria y Yemen durante los primeros 20 años de guerra contra el terrorismo. Grandin estimó que Kissinger ayudó a prolongar la guerra de Vietnam, facilitó los genocidios en Camboya, Timor Oriental y Blangladesh; la aceleración de las guerras civiles en África meridional y apoyó golpes de estado y escuadrones de la muerte en toda América Latina. Tiene sangre de al menos 3 millones de personas en sus manos, dijo.
Kissinger siempre evadió su responsabilidad, en 1973 durante unas audiencias en el Senado antes de convertirse en secretario de Estado se le cuestionó sobre los bombardeos de Camboya y respondió como acostumbra: “solo quería dejar claro que no fue un bombardeo de Camboya, sino un bombardeo de norvietnamitas en Camboya”. Este “bombardeo de norvietnamitas en territorio camboyano” fue uno de los más intensos de la historia. Entre 1969 y 1973, los aviones estadounidenses lanzaron 500 000 toneladas de municiones; en la Segunda Guerra Estados Unidos lanzó 160 000 toneladas de municiones sobre Japón. En una conferencia del Departamento de Estado en 2010, sobre la participación de Estados Unidos en el sudeste asiático desde 1946 hasta el final de la guerra de Vietnam, se le preguntó a Kissinger sobre si modificaría su testimonio ante el Senado en virtud de que él mismo corrigió y afirmó que decenas de miles de camboyanos murieron en esa guerra: “Por qué debería enmendar mi testimonio?” respondió, “no entiendo muy bien la pregunta, excepto que no dije la verdad”.
Kissinger y Nixon, la combinación fatal.
Una noche de diciembre de 1970, el entonces presidente Richard Nixon llamó a su asesor de seguridad nacional furioso por los acontecimientos en Camboya. “Quiero los helicópteros. Quiero que todo lo que pueda volar entre y les rompa el infierno”, le ladró a Kissinger de acuerdo a la transcripción. “Quiero cañones allí. Eso significa helicópteros armados… ¡Quiero que se haga!! Sácalos del… Quiero que golpeen todo”. Mientras Nixon despotricaba, las respuestas de Kissinger eran cortas: “Correcto”. “Exactamente”. “Absolutamente, cierto”. Esto se sabe porque, mientras Nixon estaba furioso por “los imbéciles” que decían que había una “crisis en Camboya”, la conversación era grabada. Y no fue grabada por el sistema de Nixon (famoso por el caso Watergate) sino por el sistema de grabación clandestino de Kissinger llamado Dictabelt, que según el libro de Woodward y Bernstein “The Final Days” estaba conectado a un teléfono “alojado en la credenza detrás del escritorio de su secretaria y … se activa automáticamente cuando se levanta la bocina del teléfono”. Más tarde, Judy Johnson, secretaria de Kissinger, transcribió todo y agregó signos de exclamación, simples, dobles y hasta triples para “capturar el espíritu” de la conversación y puntualizar con precisión las palabras del presidente.
“Esas conversaciones fueron editadas enérgicamente” dijo Roger Morris, un asistente de Kissinger que renunció por la invasión a Camboya en 1970. Quienes escucharon las conversaciones en su forma cruda y original quedaron impactados, pues “fue peor, porque las palabras eran arrastradas y sabías que tenías un borracho en el otro extremo”, dijo sobre Nixon. ¿Sospechaba Judy Johnson que Nixon estaba bebiendo cuando llamó para dirigir la política y dar órdenes? “Si lo hiciera, no te lo diría”, dijo la secretaria. En 1999, en un artículo de Foreign Affairs, Kissinger afirmó que las cintas fueron destruidas después de ser transcritas, tampoco sobrevivieron notas u otros materiales de esas transcripciones, según un informe de 2004 sobre los documentos de Nixon en los Archivos Nacionales de Estados Unidos. Morris recuerda que, lo que se tenía que eliminar de las cintas eran las respuestas ácidas de Kissinger, según esto con la intención de protegerlo. En privado, Kissinger llamó loco a Nixon, dijo que tenía una mente de “albóndigas”, y se refirió a él como “nuestro amigo el borracho”.
“Acabo de recibir una llamada de nuestro amigo” dijo Kissinger a su asistente Alexander Haig esa noche de diciembre de 1970. El presidente quiere una campaña de bombardeos sobre Camboya le dijo a Haig dándole la orden de un asalto implacable. “Es una orden. Cualquier cosa que vuele sobre cualquier cosa que se mueva. ¿Entiendes eso?”. Los bombardeos y las muertes de civiles camboyanos ¿fue el resultado de una orden de un presidente borracho, transmitida rápida e incuestionablemente por Henry Kissinger? Nixon y Judy Johnson están muertos, esto deja a Kissinger para contestar estas preguntas, y responder por las muertes. Y lo más seguro es que recurra a su tradicional estilo sarcástico para evadir las repuestas.
El ataque de 1973 a Neak Luong.
Una noche de agosto de 1973 las bombas comenzaron a caer sobre Neak Luong, unas 30 toneladas a la vez, Elizabeth Becker corresponsal del Washington Post, señaló en su libro “When the War Was Over” (Cuando la guerra terminó) que “los mayores errores fueron en 1973 pues causaron el mayor número de víctimas civiles porque estaban bombardeando masivamente con mapas muy pobres e inteligencia irregular. Durante esos meses, el ´bombardeo de precisión´ era un oxímoron”. Neak Luong, dijo, fue el peor error estadounidense.
Kissinger dijo en su libro de 2003 “Ending the Vietnam War” que “más de cien civiles murieron”. Pero los registros y el enorme esfuerzo por ocultar la verdad reflejaron otra cosa. El coronel David Opfer, agregado de la Fuerza Aérea en la embajada estadounidense, voló a Neak Luong para evaluar la situación, “la destrucción fue mínima” dijo, a pesar de que ya había información de que el daño había sido “considerable”. Sydney Schanberg quien reportó para el New York Times en Camboya recordó la sesión informativa de Opfer: “dijo que había 50 muertos y algunos heridos”. Schanberg, quien ganó un Pulitzer por su cobertura desde Camboya, decidió ver el panorama por sí mismo, fue expulsado del vuelo militar, pero pudo llegar a la ciudad en un bote, ya en el lugar entrevistó a sobrevivientes hasta que los funcionarios locales detuvieron la situación por tomar fotografías de “secretos militares”. La embajada estadounidense trató de controlar la situación y organizó un grupo de cinco reporteros occidentales para echar un vistazo y hablar con la gente del pueblo, todo eso en 20 minutos. Sin embargo, era posible contemplar los daños desde la distancia, cuando se pudieron acercar fue posible ver los cráteres masivos y el metal retorcido. “Fue un desastre total…todo había sido golpeado” por las bombas dijo Schanberg.
La historia en primera plana del Times de Schanberg el 9 de agosto de 1973 sobre Neak Luong, enfatizó la minimización del daño por parte de Opfer, un segundo artículo y una editorial detallaron después los esfuerzos de Estados Unidos para impedir que el reportero cubriera la historia. El embajador estadounidense Emory Swank, dijo que Opfer lo había hecho bien, y calificó al cuerpo de la prensa extranjera como “exigente y hostil”. Más tarde Opfer dijo a The Intercept que el ejército camboyano había detenido a Schanberg y Pran porque “siempre confunden las cosas y no lo dicen como realmente es”. Schanberg agregó que el hombre solo les estaba diciendo “lo que le habían dicho que nos dijera”.
Oficialmente, 137 camboyanos murieron en Neak Luong y 268 resultaron heridos, según la embajada estadounidense en Phnom Penh. En un cable confidencial enviado a Kissinger y al secretario de Defensa, James R. Schlesinger, se comunicó que Estados Unidos había pagado una compensación por 273 muertos, 385 heridos graves, 48 mutilados y 46 víctimas de heridas breves. En total, 752 personas ya sean heridas o muertas, fue una cifra 86 por ciento más alta que el número oficial. Pero los ataques no solo se dieron sobre Neak Luong. Justo un día después del bombardeo a esta zona, un cable del departamento de Estado hizo referencia a un “segundo bombardeo accidental” en la aldea de Chum Roeung que mató de cuatro a ocho personas, e hirió a 33. El Pentágono culpó del “error” a los “bastidores defectuosos de lanzamiento de bombas” de un bombardero F-111. Para entonces, Estados Unidos ya había lanzado miles de toneladas de bombas en todo el campo y matado, según los expertos, a unos 150 000 camboyanos.
Nixon, prometió terminar con la guerra de Vietnam.
Dos años antes de los hechos y para llegar a la Casa Blanca, Nixon había prometido terminar con la guerra de Vietnam, sin embargo, la extendió hasta Camboya. Tomando en cuenta que el Congreso nunca aprobaría un ataque contra un país neutral, Kissinger y Haig planearon (un mes antes de que Nixon asumiera el cargo) una operación que se mantuvo en secreto para el Congreso, para altos funcionarios del Pentágono y para el pueblo estadounidense. Fue toda una conspiración de historias de portada, mensajes codificados y un sistema de contabilidad dual que registró los ataques aéreos en Camboya como si ocurrieran en Vietnam del Sur. Ray Sitton, un coronel del Estado Mayor Conjunto, llevaba la lista de objetivos a la Casa Blanca para su aprobación. “Ataca aquí en esta área”, le decía Kissinger y Sitton canalizaba las órdenes, eludiendo la cadena de mando militar. Se quemaron todos los documentos sobre los ataques, y se proporcionaron otros datos falsificados al Pentágono y al Congreso.
Kissinger, quien pasó de servir como secretario de Estado en las administraciones de Nixon y Gerald Ford fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1973 y la Medalla Presidencial de la Libertad, el premio civil más alto de Estados Unidos en 1977. En las décadas siguientes, ha estado asesorando a distintos presidentes de Estados Unidos, más recientemente a Donald Trump, a quien le dijo en una breve reunión en octubre de 2017 antes de que el entonces presidente partiera de gira por Asia: “creo que hará una gran contribución al progreso, la paz y la prosperidad”. ¿Seguirá creyendo esto sobre el líder MAGA, después del asalto al Capitolio, los intentos por cambiar los resultados electorales de 2020 y las investigaciones federales que arrastra? Bah! Lo único que le importa al viejo lobo de Kissinger es estar junto al poder, sin importar el nombre de quien lo detenta, su frase favorita “el poder es el afrodisiaco definitivo” quizá sea su epitafio pues éste fue siempre su objetivo. Para Kissinger el poder es un placer, el principal energético de su vida, para Trump solo es el beneficio personal. A sus 100 años, quizá Kissinger está más allá de sus propias definiciones y solamente “deja ser” al personaje, tal y como lo hizo con Richard Nixon.
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