Tal como franquicias electorales, ponen su membrete a disposición de personajes externos que les brinden oxígeno, economía e incluso militancia, para no perder la posibilidad de obtención de curules.
La pregunta que corresponde al título de la presente columna no es original, pero, sin duda, constituye una de las cuestiones que marcará el paso de la teoría política del siglo XX al siglo XXI. Y, no obstante que se ha tratado de responder en perspectivas diferentes, ahora vale la pena referirse al texto coordinado por el Doctor Samuel Schmidt donde involucra resoluciones a la cuestión desde la mirada de varios especialistas.
El caso mexicano es peculiar a la luz de las elecciones del 2024 así como por las cuestiones geopolíticas y regionales. La sucesión presidencial de los Estados Unidos de Norteamérica, sin duda, será un fenómeno de gran impacto para la sociedad de la república mexicana.
Frente al tándem electoral, los partidos políticos mexicanos no logran reconfigurarse. El fenómeno de la participación política de 2018 hizo polvo, y mantiene así, al sistema de partidos nacional. Los últimos estudios demoscópicos dejan entrever que sigue una enorme brecha entre los grupos dirigentes de los institutos políticos y las nuevas formas de participación políticas que se han manifestado desde la primavera árabe y de las que México no ha podido evadirse.
Desde una visión simplificadora, los partidos políticos están comportándose de manera pragmática frente a este escenario. Tal como franquicias electorales, ponen su membrete a disposición de personajes externos que les brinden oxígeno, economía e incluso militancia, para no perder la posibilidad de obtención de curules. El caso del PRIANRD y, sobre todo, el singular comportamiento de Movimiento Ciudadano; son muestras de suicidio político, pero, también, de nadar al estilo muertito y con bandera blanca para recuperar algo de lo perdido. Casi es seguro que preferirían la Representación Proporcional, aunque deben simular la competencia por el caudal de prebendas y recursos públicos que reciben. La mayor parte de estos partidos políticos han quedado como montajes al servicio de una ultraderecha neoliberal que no se puede adaptar al mundo después de la caída del muro de Berlín.
Morena, que no es partido, cual marea ganadora y principal polo de fuerza, esta atrayendo todo. Desgraciadamente. El transfuguismo a nivel local resulta impresionante, así como las relaciones nicodémicas de los grupos opositores. Sin embargo, el Movimiento de Regeneración Nacional no tiene los filtros ni los mecanismos institucionales para “regenerar” a los liderazgos que se incorporan, así como modificar las estrategias de control electoral que se repudiaban. Morena es un muégano de movimientos sociales, liderazgos y camarillas, que se vislumbra como un trabuco cada vez más grande y, por lo mismo, incontrolable.
Desde una perspectiva académica, que inicialmente planteó el circulo rojo como depresiva, ahora se observa una especie de catastrofismo por la incapacidad de los partidos políticos para digerir y ofrecer propuestas de gobierno a una sociedad que, dados sus problemas, está perdiendo los límites de la gobernabilidad. Las patologías y anomias están convocando conductas antisociales y sociópatas que van más allá del fracaso de la democracia liberal capitalista, así como de mandar al diablo las instituciones y las leyes. El Estado y la constitucionalidad, en todo el mundo, están planteando un debate para el que los partidos políticos no están preparados.
Las derechas económicas y religiosas en Estados Unidos y Europa, con principal énfasis hacia México por la cuestión de España, están planteando un juego político que trasciende lo electoral e institucional. La histeria anticomunista y los referentes simbólicos pasados de moda paradójicamente están encontrando simpatías en varios sectores de la población.
El neoliberalismo conservador en México, representado por el PRIANRD, no ha reconocido que la transición democrática no fue más que un montaje cultural. Una narrativa que el círculo rojo defiende cada vez con mayor pereza y depresión en los medios, pero que ya no convence a nadie. La derecha intransigente, hace su aparición para adoptar las estrategias trumpistas y que francamente son antidemocráticas y salvajes.
Latinoamérica se dirige a un escenario de multipartidismos fragmentados y la generación de múltiples movimientos sociales e identitarios. La dialéctica de estas tendencias, expresada en las democracias delegativas, bajo la tutela de Estados Unidos, delimita perspectivas como las de Bolivia, Perú y Venezuela.
Los partidos políticos en México están al borde de la extinción y la lucha política se plantea agonísticamente fuera de los procesos electorales. El fracaso de la democracia liberal capitalista nos pone de vuelta en los albores del siglo XX, quizá la mayor centuria negra en la historia de la humanidad. La que más dilemas y fracasos le han planteado al proyecto ilustrado de la modernidad.
La crisis de los partidos políticos es global y evidente en muchas partes del globo terráqueo. Sus efectos son fuertes en las sociedades débiles. Y no obstante la depresión, es importante pensar cómo sustituir a los partidos políticos y plantear formas de gobernabilidad que coadyuven la supervivencia humana. La solución no está en el siglo XX, no se puede volver a conceder fichas de afiliación a los Hitlers, Stalines y Mussolinis, como muchos quieren; ni podemos ser el pueblo semisoberano de los Estados Unidos de Norteamérica.
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