Los guapos difícilmente nos enfadamos. Somos muy dueños de nuestros arrebatos. Sabemos administrar nuestras emociones. Pocas veces nos verán en público protagonizando un culebrón sobreactuado como el de Itatí Cantoral en la telenovela María la del Barrio, cuando su personaje de Soraya Montenegro encuentra a Nandito con “la maldita lisiada”. Haciendo honor a la verdad, no lo hacemos huyendo del escándalo, sino de las líneas de expresión en el rostro.
Sin embargo, hay algo que desde siempre me provoca que se me acentúen las patas de gallo: la injusticia. En ese terreno habita la injuria, la calumnia, la mentira… esas yerbas malas que, cuando se meten al Nutribullet con la discriminación, se genera un veneno que los hacedores consideran letal, pero, en nuestros tiempos, puede quedarse en el rango de lo ridículo y ser contraproducente. En lenguaje para guapos: decirle a un gay que otro hombre es gay para pretender desprestigiar al segundo, quien ni siquiera es gay, me parece un verdadero suicidio para el emisor del falso rumor.
Desde que tengo memoria, a partir de la ignorancia machista que todavía lacera a la sociedad mexicana, si alguien quiere denostar a un hombre que haga política, lo primero que se dice de él es: “ese político es Gay”. Como si esta palabra tan corta tuviera un significado más deplorable que ser corrupto; como si este sustantivo que de vez en vez se traviste de adjetivo fuera un delito mayor que ser ladrón del erario; como si la alegría del significado de tres letras fuera un pecado con más agravantes que el de la mentira.
En todas las clases sociales. En todos los estados de la República Mexicana. En todas las coordenadas políticas. Pero no en todos los rangos de edad se pregunta o se afirma que algún servidor público es gay con la misma intención de denigrarlo. ¿Les cae? ¿En estos tiempos donde ser de avanzada implica defender los Derechos Humanos? ¿Les cae? ¿Gobernando a los jóvenes que son el mayor grosor del padrón electoral y que están hablando del poliamor e incentivando el beso de tres? Qué antiguo me parece el que afirma, con el ridículo veneno, “ese político es Gay”.
También existe la versión a manera de pregunta. Son incalculables las veces en las que he estado hablando de X político y mi interlocutor me interrumpe “¿Pero es gay, no?” o una más profunda “¿Qué hay de cierto que es gay”? Así de mediocre es el catálogo de etiquetas de los opositores que, en la mayoría de los casos, sin argumentos ni ideas propias para dar la batalla al enemigo recurren a la difamación, a partir de una auténtica y honorable forma del amor.
El absurdo es que en la mayoría de los casos los estigmatizados tan no son gays que les viene valiendo una pura y dos con sal los chismes sobre su sexualidad. Otros, más listos, hasta lo capitalizan haciendo guiños a la comunidad del arcoíris desde su heterosexualidad. Insisto, desde la generación de los Millennials y extendida en la generación Z, el ridículo veneno apesta más que el florero de una tumba abandonada en el Panteón de Dolores.
Debo confesar que durante los primeros años de reportero, cuando algún hombre de poder emitía ese comentario sobre otro hombre de poder, incluso yo me reía. No sé si por nervios y temor a que “se me notara” o por intentar empatizar con la ignorancia. Y luego venía mi silencio. Ahora, con mayor conciencia, cuando algún político me dice: “¿Sabías que fulanito de tal es Gay?”, le respondo: “pues ese fulanito de tal debe de ser un chingón. Yo también soy Gay. Y tu comentario me parece homofóbico”. La desconfiguración de los rostros de los políticos frente al cambio de tuerca es digna de una exposición de museo.
Ahora bien. El que un político esté arropado por la bandera del arcoíris, asumiendo su sexualidad de manera pública o no, eso no implica que esté libre de culpa de las decisiones que toma con la razón. Lo que no se vale, es vilipendiar su persona, por sobre todas las cosas, a partir de las decisiones que toma con el corazón. Estoy absolutamente convencido que nadie tiene el derecho de juzgar la totalidad de una persona acotándola de la cintura para abajo.
En una entrega anterior de Política para guapos ya revelé el listado de Los políticos que están fuera del clóset. Que consté en actas que solicité su autorización escrita para poder hablar de su sexualidad a manera de reconocimiento. Lo dije en aquella columna: La Comunidad LGBTIQ+ seguimos siendo minoría en México. Con más reconocimiento con respecto a dos décadas atrás, con más siglas en la nomenclatura, con más derechos, con más activismo, con más información e incluso, con más mujeres y hombres que hacen política y que, orgullosamente están fuera del clóset pero, insisto, son avances desde la etiqueta de “minoría”.
Por eso mi reconocimiento a los Gays, Lesbianas, Bisexuales y Trans que nos han visibilizado desde las tribunas más importantes del país tanto a nivel local como a nivel federal. No siempre de manera ejemplar, también hay que decirlo, pero más allá de los errores y aciertos, lo que me parece relevante es destacar que a partir de su propia circunstancia tienen la posibilidad de presentar, promover y legislar los temas urgentes de una población discriminada, maltratada y, sin ánimo de amarillismo, asesinada. México es el segundo país en América, después de Brasil, que encabeza los casos de Crímenes de Odio por Homofobia.
En este mes del Orgullo LGBTI+ que comienza este 1º de junio, suplico no volver a preguntarme si un político es gay. Ni por morbo ni por chisme ni por chiste. En realidad, suplico no preguntarle eso a nadie, porque puede que la respuesta sea que ese otro político, antes que todo sea más chingón tú.
Twitter: @betotavira
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