Una cosa es clara, el poder es una droga bastante adictiva y muchos harán lo que sea necesario para conservarlo.
El proceso de sucesión adelantado que vivimos, es un claro ejemplo de esto, pues las deserciones que hemos visto, la manera en que buscan esconder su historia con partidos a los que ahora califican como lo peor del escenario político, las promesas de las que son capaces para conservar sus posiciones, la sumisión ante el líder, todo nos muestra de lo que son capaces para mantener esa droga a la que ahora no pueden renunciar.
Es todo un caso para un estudio que mezcle sociología con ciencia política, pues estamos asistiendo a un escenario en el que se dan alianzas entre personajes que anteriormente eran enemigos, o con posiciones que anteriormente eran contrarias o incompatibles, pero que ahora al amparo del poder se vuelven son coincidentes por obra y magia de este poder que no pueden eludir.
También se trata de algo que permea incluso en sectores que siempre se dijeron ajenos a este tipo de ambiciones, como la academia, pues ahora también forman parte de los que discuten o socializan todo lo relacionado a este fenómeno, incluso tomando partido por algún partido o aspirante a candidatura.
Pero este fenómeno rebasa aquel dicho de que el poder era el único afrodisiaco cuyos efectos duraban 24 horas, pues lo que vemos rebasa los ámbitos previamente fijados y lo que tenemos es algo que recorre a la sociedad horizontal y verticalmente.
Lo que no está claro es qué efectos tendrá en el país y las relaciones sociales, pues todo lo comentado va de la mano de la polarización que hemos vivido en el presente sexenio, algo que sabremos conforme pase el tiempo.
Así que lo único que nos queda es fungir como testigos de este fenómeno que se desarrolla en nuestro país.
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