No obstante, la realidad termina por imponerse ante mi deseo, y aunque me empeño por alejarme de los cambios, estos son lo único realmente seguro.
“Lo importante no son las cosas que te pasan,
sino el cómo reaccionas ante ellas”
Epicteto
Debo confesar que me siento absolutamente cómodo con la rutina, entendida como la serie de actividades que se repiten diariamente, donde no hay cambios significativos.
Mis días perfectos son aquellos que se desarrollan sin sobresaltos, sin cambios, sin sorpresas ante lo agendado o ante la expectativa.
Mis hábitos son prácticamente los mismos de un día para otro, y cuando lo inesperado aparece, debo hacer un esfuerzo para procesar el cambio, con cierta incomodidad.
Prefiero la misma rutina, la misma ropa, el mismo restaurante pequeño, el mismo camino, el mismo orden y mecanismo de trabajo. No obstante, la realidad termina por imponerse ante mi deseo, y aunque me empeño por alejarme de los cambios, estos son lo único realmente seguro.
Todo cambia y el elemento que no tiene la capacidad de adaptarse -es decir, cambiar también- tiende a quedarse atrás, a mermar su desempeño, y a vivir con emociones y sentimientos negativos.
Y así, las Ciencias Naturales nos han enseñado los increíbles procesos de evolución, y la eventual desaparición de aquellos organismos que no han logrado adaptarse a las condiciones imperantes.
Esos cambios son la constante: las condiciones climatológicas, las fluctuaciones de los indicadores económicos y la evolución de la tecnología, entre muchos otros ejemplos. Pero si pensamos en nosotros como individuos, los cambios también son cotidianos: crecemos, sufrimos decepciones, nos enfermamos, cambiamos de empleo, abrevamos conocimiento, nos casamos y divorciamos, por mencionar solo algunos.
Y vaya que los últimos años han sido caracterizados por cambios radicales no solo para nosotros y para nuestro país, sino para el planeta. Son esos cambios los que por momentos nos hacen sentir en medio del caos y perdiendo el control sobre nuestras vidas.
El cambio no es la excepción, sino la regla. Así, al ser el cambio una constante, considero que merece una reflexión en torno a la postura que tenemos frente a él (especialmente yo).
Luchamos contra los cambios, entendiéndolos como eventos que atentan contra nuestra estabilidad, sin comprender -como ya hemos explicado- que son parte fundamental de todo proceso.
Brad Stulberg sostiene que el cambio es un ciclo de orden, desorden y vuelta al orden, es decir, un proceso circular que de la estabilidad, nos lleva a la inestabilidad, que vuelve al momento estable, que no quiere decir regresar al mismo punto, porque ese sitio, nunca resulta el mismo. Derivado de ello, nos ofrece un método, un enfoque, una manera de pensar y abordar la realidad, basada en la firmeza y a la vez, la flexibilidad, aunque ambos atributos parecerían contrarios.
Y sí, se necesita firmeza para seguir adelante, y a la vez cierta flexibilidad para no quebrarse y lograr la adaptación ante el cambio, saliendo de él fortalecido.
Aprovechar el cambio y fluir en él, a diferencia de resistirnos, nos permite sacar la mayor ventaja posible del momento por el que atravesamos. Además, esta actitud nos aleja del estrés, la tensión y la frustración.
El cambio no tiene una carga positiva o negativa, estas etiquetas se las damos nosotros al describirlo, caracterizarlo y enfrentarlo, mediante nuestros pensamientos y acciones. La tarea no resulta sencilla, más para algunos como yo, que nos gusta transitar con las banderas del control y la seguridad, en un entorno que de pronto, derivado de los cambios, atenta contra ellas.
Así, en un entorno de inestabilidad y volatilidad, dejemos de lado la resistencia al cambio y busquemos tomar las mejores decisiones ante él, que seguro, romperá con el orden que creemos tener, pero haciendo lo correcto, recuperaremos la estabilidad arribando a una mejor circunstancia. Ésta será la mejor forma de vivir y de aprovechar lo que la vida nos presenta.
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