¡Enrique tampoco lo va a olvidar! Exclaman los priistas resentidos y buena parte de la sociedad, quienes consideran que esa actitud fue el salvoconducto de “Quique” para transitar libremente por todo el mundo…
Si alguna duda existía de que Enrique Peña Nieto concertacecionó la entrega de la Presidencia de la República con Andrés Manuel López Obrador, éste la despejó el jueves pasado, al señalar que aquél no metió ni las manitas en el proceso electoral del 2018.
“Yo padecí de dos fraudes electorales y soy presidente porque lo decidió el pueblo de México de manera libre. Pero también debo reconocer que el presidente Peña Nieto, a diferencia de los otros dos presidentes (Vicente Fox y Felipe Calderón), no se metió. Es decir, no aceptó hacer trampas y respetó la voluntad del pueblo de México. Eso no lol voy a olvidar”, dijo López Obrador en su discurso durante la toma de protesta como gobernadora de Delfina Gómez.
¡Enrique tampoco lo va a olvidar! Exclaman los priistas resentidos y buena parte de la sociedad, quienes consideran que esa actitud fue el salvoconducto de “Quique” para transitar libremente por todo el mundo, andar de “chinguenguenchón” con las chamacas y, lo más importante, no pisar la cárcel, como piden algunos de sus detractores por algunas “irregularidades” que se cometieron en su sexenio.
Efectivamente, Peña Nieto no sólo no metió ni las manitas, sino que diseñó e instrumentó una estrategia para derribar todos los obstáculos que impidieran el arribo de López Obrador a Los Pinos, y no faltan los malosos quienes afirman que contribuyó directa e indirectamente a la campaña presidencial del líder de masas e ídolo de multitudes.
La primera señal de Peña Nieto de que iba a entregar la Presidencia de la República, según los observadores políticos objetivos e imparciales, ocurrió cuando a Manlio Fabio Beltrones, como dirigente nacional del PRI le pusieron una mega madriza en las elecciones del 2016, evento en el que su partido perdió 9 de 12 gubernaturas disputadas.
Con una larga trayectoria política, Beltrones siempre tuvo la obsesión de ser el líder del tricolor –aunque él decía que se trataba de una ilusión— porque sabía que en automático se convertiría en candidato presidencial para el 2018, pero el Jefe de Jefes nunca se imaginó que viviría ese fatídico episodio del 2016, que lo obligó a renunciar a la dirigencia del PRI.
Muerto Manlio, políticamente hablando, Peña Nieto mandó a un mequetrefe como nuevo líder del partido, Enrique Ochoa, y a Claudia Ruiz Massieu, sobrina de ya saben quién, como secretaria general del organismo.
Ninguno de los dos tenía la experiencia política; nunca habían participado en alguna elección, ni siquiera la de jefes de manzana de su colonia, y en la única campaña en que habían participado fue la Cruz Roja, con todo respeto para esta noble institución.
Así las cosas, cuando Peña decidió quién será su sucesor, optó por el más blandito, el más débil políticamente, el que no representaba ningún peligro para López Obrador, o sea José Antonio Meade, conocido como “Plutarquito”.
Más aún, el mismo presidente Peña Nieto decidió que el equipó de campaña de Meade lo encabezara Aurelio Nuño, Eruviel Ávila, Vanessa Rubio Márquez y medio centenar de impresentables personajes de chile, dulce y manteca, quienes, siguiendo las instrucciones del líder, hicieron todo lo posible para que perdiera y ocupara un deshonroso tercer lugar.
Enrique Peña Nieto no hizo trampas, pero para muchos priistas fue un traidor a México, junto con algunos integrantes de su banda. ¡Tómala, Papá!
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