*La “guerra contra las drogas”, una política injerencista estadounidense creada por Richard Nixon en 1971, desata desestabilización “interna” en los países donde se ha aplicado. En México fue adoptada por el ilegítimo Felipe Calderón en 2006, a instancias de Washington para conseguir su “legitimidad”.
De entrada, la amenaza de nombrar “terroristas” a las bandas del narcotráfico en México, encierra una intentona intervencionista y militarista de parte de Estados Unidos. Porque en primera no busca resolver su problema interno del consumo de drogas —particularmente el fentanilo, que lleva más de 100 mil personas muertas—, solo agravarlo afuera, en este caso en México.
La avanzada última tiene el respaldo del “sistema de justicia” estadounidense, y no solo amenaza violentar nuestra soberanía, que se trata de ocultar bajo dos elementos que resultan clave para entender contexto y motivaciones tanto del ex fiscal general William Barr, como los demás procuradores de los estados que apuntan en el mismo sentido:
1) Que, con todo y tratarse de una política fallida la guerra contra el crimen organizado en países como México, en su forma de guerra intestina va a continuar dejando por saldo cientos y miles de muertes (se trata de la serpiente de las mil cabezas, pero la principal no está en México, porque las ganancias van a parar al sistema financiero estadounidense), y los fallecidos no importan pues como tales son catalogados cruelmente “daños colaterales”, y;
2) Que sus creadores, los propios estadounidenses, emprenden acciones mínimas para resolver su problema interno de drogas, como no atender a los consumidores como un tema de salud pública, y hacer nada por contener la demanda de los propios Estados Unidos.
Ello no obsta para seguir culpando a terceros, como en este caso la operación de las bandas de drogas en México. Y no es defender a los criminales del país (¡qué va, que sean juzgados acá y no extraditarlos!, luego las fortunas se quedan, curiosamente, del otro lado de la frontera), como tampoco aceptar que la estrategia del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador está dando los resultados esperados.
Reinado neoliberal, de sometimiento
Pero para bailar la pieza completa y tomar por sorpresa a los criminales (una estrategia compartida, de “corresponsabilidad” para atender el problema como lo planteó alguna vez la entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton), hace falta el compromiso tanto de los productores como los consumidores. No con políticas de doble rasero, sino coordinadas y sin injerencismo, como hace ahora la DEA en México.
Cierto que el problema de los “negocios ilícitos”, como el de las drogas se agravaron gracias a la “solvencia política” y neoliberal de Carlos Salinas, y los sucesivos presidentes operadores de las mismas patrañas neoliberales que destruyeron al país, económica, política y socialmente. Pero ha sido el espurio de Felipe Calderón quien adoptó la “guerra contra los cárteles” en México.
Dicho sea de otro modo. El golpeteo contra el Estado por las políticas neoliberales desfiguró —mejor dicho, destruyó— la relativa estabilidad previa, conseguida desde el fin de la primera guerra del Siglo XX, la Revolución Mexicana, a partir de los años 30 y hasta los años 70 cuando el país alcanzó altas tasas de crecimiento. En gran medida porque el imperialismo se encontraba involucrado —en la primera mitad de ese período— en la Segunda Guerra Mundial.
Así, para colmo, además de las políticas neoliberales el salinato se entregó a los brazos del clan Bush que quería el petróleo de México, bajo la promesa de encaminar al país al mal llamado “primer mundo”, suscribiendo un sometimiento casi completo a los intereses del imperio estadounidense con la mira puesta siempre en la energía, petróleo y electricidad, previo acoso a la Constitución.
El hecho es que México ha padecido siempre el injerencismo de Estados Unidos. Después de la adopción de la Doctrina Monroe de 1823 —en donde se asumieron como “protectores” del hemisferio, en palabras llanas y cínicas: “América para los americanos”—, la política exterior en contra de México y Latinoamérica ha sido intervencionismo puro. De entrometerse en los asuntos internos de la región, siempre para proteger sus “intereses” expansionistas y de sus corporativos primero e imperialistas después.
EE.UU., imperio decadente
La historia es testigo que, además de la invasión y el arrebato, robo de más de la mitad del territorio: los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, las mayores partes de Arizona y Colorado, y partes de las actuales Oklahoma, Kansas, y Wyoming, siempre ha metido las narices impactando la soberanía de las naciones, de México en particular, siendo que se trata de países soberanos en los mejores términos del derecho internacional.
Un “derecho” internacional —con todo e instituciones como las Naciones Unidas, por ejemplo— que, por cierto, también EE.UU. ha venido acomodando a sus intereses como país intervencionista en los asuntos del mundo, primero durante todo el periodo de la Guerra Fría, luego como país que se asumió hegemón tras la caída de la Unión Soviética, y finalmente la presente etapa que se caracteriza por su inevitable decadencia (sus burbujas económicas y financieras autogeneradas en las últimas décadas que están a punto de implosionarlo).
Ni menos que Estados Unidos se encuentra a un tris de perder dicha hegemonía, de cara a las potencias emergentes, Rusia y China. La actual guerra del “occidente colectivo” con Rusia es un síntoma de ello. En donde sendos países tienen ya las herramientas geopolíticas y geoeconómicas necesarias para propinarle una clara derrota geo estratégica en el terreno internacional, desde el plano militar, pasando por las disputas en los campos energético, científico y tecnológico de avanzada global.
Y por la solidaridad de la mayoría de países que detestan ya las acciones violentas de Washington en todos los sentidos, desde el diplomático al golpista (hoy sagazmente llamado “golpe blando”, pero al fin golpe de Estado para derrocar a los líderes “incómodos”), como para recordar sus intervenciones militares en países de los tres continentes, o las bases militares instaladas en lo menos 800 sitios, vigías y espías para lo que acomode —¡otra vez!— a sus intereses.
Por tales motivos, como lo hemos dicho desde estas líneas, Estados Unidos, dada su situación como imperio en decadencia, como fiera herida echará mano de lo que sea —y en lo que sea va su agresividad por delante, porque sus herramientas de política exterior no tienen nada de “libertarias”, “pacíficas” y mucho menos “democráticas”—, cualquier pretexto en busca no de quién se la hizo sino cómo se las cobra.
Es por ello que las declaraciones últimas de William Barr, quien podría regresar al cargo de procurador general. Y anda ya de precampaña o respaldando a Trump, pegándole a la piñata que mejores resultados da: México. Pero es un tema delicado, porque ya está impactando la soberanía del país.