Dentro de la narrativa oficial, el denominado Plan B de reforma electoral no constituye un embate a la democracia, si no su fortalecimiento. Para el oficialismo la marcha en defensa del voto celebrada el 26 de febrero, no es más que un grupo de personas que exigen la libertad de Genaro García Luna.
Ambas versiones oficialistas son totalmente equívocas y alejadas de la realidad.
Con la aprobación de su Plan B, el Presidente Andrés Manuel logró que por primera vez en lo que va de su sexenio, ciudadanos que no apoyan su gobierno abarrotaran su bastión de poder: el Zócalo capitalino.
El 26 de febrero, una marea rosa llegó a la plaza central de la ciudad a exigir el respeto a la democracia. Pero como dicen por ahí, en política la forma es fondo, la marea rosa no se dirigió a Palacio Nacional.
Casi dándole la espalda, la marea rosa dirigió sus mantas y sus consignas al último bastión de defensa de la democracia: la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Bajo el lema “Mi voto no se toca”, poco más de medio millón de ciudadanos reclamaron el Plan B de Andrés Manuel López Obrador, mismo que ha encendido las señales de alerta a nivel internacional por el ataque frontal a democracia que conlleva en su texto.
El oficialismo, sabedor de los alcances mediáticos y sociales de esta marcha, decidió jugar a su más fiel estilo: sucio.
Insulto a sus participantes y dentro de su enojo, el Presidente de la República decidió lanzar un ataque más en contra de los ciudadanos que decidieron marchar. Afirmó que aquellos que acudieran al mitin no serían más que personas que exigen la libertad de Genaro García Luna.
Al más puro estilo de la 4T, las voces del oficialismo no se hicieron esperar. Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la CDMX, repitió letra por letra y palabra por palabra, las frases de su Jefe, Mario Delgado, acompañado de la simpatía que lo caracteriza, siguió la misma línea, pero modificando las frases originales de su patrón.
Y así, la Cuarta Transformación desplegó su estrategia de comunicación contra la marea rosa siguiendo la errónea línea argumentativa del “O están con nosotros o están contra nosotros”.
Fieles a su estilo, los integrantes del oficialismo hicieron uso de la línea discursiva de Hugo Chávez insultando a opositores, amenazando con calumnias, tratando de minimizar la marcha del 26 de febrero.
Nada de eso bastó. Afuera de Palacio Nacional se conglomeraron cientos de miles de ciudadanos mexicanos que, si bien es cierto, no comulgan con la 4T, tampoco lo hacen por la Alianza Va por México. Muchos de los asistentes están cansados de la clase política mexicana, y por eso levantaron la voz defendiendo el último recurso que le da el poder absoluto al pueblo: su voto.
La marea rosa demostró que la democracia tiene un respaldo ciudadano esperanzado en que sea la Suprema Corte de Justicia quien concluya con este paso histórico que pone en riesgo la democracia de México.
A pesar del respaldo ciudadano, la democracia mexicana enfrenta como enemigo a un presidente autócrata, respaldado por la fuerza del Estado y particularmente, del Ejército, rodeado de aplaudidores que han renunciado a su propia dignidad con el afán de recibir las sonrisas de Palacio Nacional.
Lo anterior hace que la batalla por defender nuestras instituciones democráticas sea, paradójicamente, contra la misma persona que utilizó el sistema democrático mexicano para alcanzar la cima del poder político, mismo que hoy no quiere soltar para perpetuarse así, en el nuevo priísmo del siglo XXI.