A veintitrés años de distancia del primer gobierno de alternancia en México, hablar del proceso de institucionalización democrática resulta algo desconcertante. A lo largo de la historia nacional, pocas instituciones de han consolidado, y entre ellas destacan las Fuerzas Armadas, conformadas por el Ejército y la Fuerza Aérea.
Independientemente de que las fuerzas armadas constituyan una variable tabú del análisis sociopolítico, lo cierto es que, pese a quien le pese, su capacidad para proteger el país ha resultado más que heroica. Las Fuerzas Armadas han sabido respaldar institucionalmente a cada titular del Poder Ejecutivo Federal, al menos desde 1929 a la fecha. También han asumido los costos de reconocer en el Jefe de Estado a su Comandante supremo, considerando los excesos que en ocasiones hacen aparecer el ejercicio del presidente en turno líder bonapartista de las Fuerzas Armadas.
Es innegable que el Ejército Mexicano constituye el pilar de la soberanía nacional y la expresión ideal de los valores morales y cívicos que pretende alcanzar la sociedad. El cumplimiento efectivo de las diversas tareas encomendadas, lo colocan como la institución con más alta estima por parte del pueblo, la de mayor credibilidad y aprecio, aun sin el reconocimiento público al sacrificio que ofrecen.
Bajo estos argumentos, resulta extravagante el intento de organismos como Mexicanos contra la corrupción y la impunidad, Claudio X. González y el PRIANRD por desacreditar la tarea y la vocación social de las Fuerzas Armadas, y especialmente el rol desempeñado en la actual administración, actitud que constituye -desde ya- un suicidio político, o bien la rendición a otros poderes, sobre todo porque la influencia del extranjero, particularmente de la CIA, recuerda los capítulos más dolorosos y vergonzantes de la historia de México: la relación con Estados Unidos.
La oposición, en su afán de optimizar todas las oportunidades exclusivamente en su favor, sin mayor compromiso con el país del que son corresponsables, está siendo instrumentalizada por el imperialismo norteamericano y los ataques a las fuerzas armadas aparecen como una desesperada estrategia de competencia política.
La sociedad mexicana repudia el pro yanquismo y los señalamientos de corrupción o de peligro de un golpe militar han tenido el efecto contrario en una sociedad que tiene claro que el ejército mexicano no comparte las prácticas de corrupción que caracterizan a la clase política y empresarial del país.
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