Equiparable con El Padrino (Mario Puzo, 1969) y con House of Cards (serie estadunidense, 2013), México cuenta con una obra literaria que juega los mismos espacios de descripción literaria de la realidad política: La sombra del Caudillo, novela publicada en 1929 en España. El argumento resume el proceso de designación del candidato presidencial del grupo en el poder: el Caudillo (Álvaro Obregón) tiene que decidir entre su incondicional secretario de Gobernación (Hilario Jiménez), y su leal pero carismático secretario de Guerra Ignacio Aguirre (general Francisco Serrano), en medio de una batalla por el poder en una sala de espejos, un poco como parte de un juego de guerra política y otro por las dificultades de operar una nominación entre militares con mandos de tropas. Con personajes y escenarios literarios, su autor Martín Luis Guzmán logró retratar la forma de ejercer el poder en el México de los generales revolucionarios, previo a la fundación del partido del Estado-gobierno.
Guzmán fue un escritor e intelectual que participó en la Revolución Mexicana y llegó a ser secretario particular de Pancho Villa; sin embargo, los militares revolucionarios eran en realidad improvisados mandos militares, no estrategas del poder o de las ideas. Perseguido por Villa, Guzmán tuvo una escapatoria nocturna de una prisión villista y fue a exiliarse a España. Como escritor dejó dos, entre muchas, dos obras memorables de carácter literario-periodístico-político: El águila y la serpiente (1928), una historia narrada de la revolución, y Memorias de Pancho Villa (1940), lo que vio en el entorno del Centauro del Norte. De ideología liberal juarista, escribió también otras obras históricas, y al final de su vida se redujo a un priísta institucional y subordinado.
Guzmán fue un escritor sobresaliente y tuvo experiencia política. Pero lo sorprendente de su novela La sombra del Caudillo fue la forma en que logró captar y retratar el inicio uno de los procesos políticos en las élites del poder: la forma en que el presidente saliente de la república operaba las instancias de poder para designar al candidato oficial y hacerlo ganar. A pesar de que ese proceso había sido bautizado por Madero como “sucesión presidencial” o poder heredado dentro de una familia, Guzmán tomó su propio camino para explorar, literariamente, lo que fue en realidad el primer proceso de sucesión. El ojo político y literario de Guzmán ayudó a simplificar el método de sucesión usado hasta la nominación de Colosio en 1994. De hecho, todas las candidaturas oficiales de 1924 a 1994, quince en 70 años han sido copia exacta de Guzmán, aunque hay que aclarar que Guzmán no inventó el método de nominación, sino que lo vio y logró resumirlo en sus principales manifestaciones.
En el largo lapso 1833-1910 no hubo más que tres presidentes que gobernaron y se eligieron a sí mismos; Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz. Derrocado Díaz en 1911, las elecciones extraordinarias apoyaron a Madero en 1911, pero fue derrocado por el general porfirista Victoriano Huerta en 1913. De 1913 a 1916 México entró en una zona de turbulencia político-militar. En 1917 se promulgó la tercera Constitución mexicana y se realizaron las primeras elecciones presidenciales formales: los candidatos fueron Venustiano Carranza y Alvaro Obregón; por su papel en la revolución constitucionalista que derrocó a Huerta, Carranza fue el primer presidente electo de la nueva era institucional posrevolucionaria. Sin embargo, en el proceso de sucesión presidencial de 1920 Carranza quiso poner candidato oficial y Obregón se alzó en armas obligando a Carranza a huir de la capital de la república para ser asesinado en Tlaxcalantongo. Luego de una presidencia interina de unos meses, Obregón se presentó a las elecciones presidenciales de 1920 y ganó con el 95.8% de los votos.
En 1924 se dio la primera sucesión presidencial formal como tal en el ciclo revolucionario: el presidente de la república saliente manejó los hilos de poder para designar a su sucesor, organizarle la campaña y hacerlo ganar. Entonces era por la continuidad personal y de grupo. Plutarco Elías Calles había sido aliado de Obregón en el derrocamiento de Carranza, los dos habían nacido en Sonora, curiosamente Elías Calles era tres años más grande que Obregón pero el jefe era, sin duda, Álvaro. Elías Calles tenía que salvaguardar al obregonismo y a su proyecto, pero tenía en sus alforjas una misión más concreta: modificar la Constitución para permitir la reelección presidencial no inmediata sino con un periodo intermedio. La reforma llegó en 1927 y Obregón pudo presentarse en las elecciones presidenciales de 1928 como candidato.
Pero el año de 1927 tuvo otros detalles. A las elecciones presidenciales querían presentarse los generales Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez como opositores de Obregón. Pero se trata de la misma élite: Serrano había sido secretario de Guerra de finales de 1922 a finales de 1924 en el gobierno de Obregón, un puesto de absolutísima confianza, y luego, durante el gobierno de Elías Calles, fue por decisión presidencial gobernador del Distrito Federal de 1926 a 1927. Gómez, por su parte, había formado parte del Plan de Agua Prieta de Obregón, Calles y De la Huerta contra Carranza, luego había perseguido a De la Huerta cuando éste se alzó contra Obregón.
La política, sin embargo, carece de lealtades, por muchas que se hayan comprometido. Serrano y Gómez impulsaban sus candidaturas con movimientos antirreeleccionista. En 1927 los dos intentaron una especie de golpe de Estado al preparar el arresto de Obregón, Calles y Joaquín Amaro durante unas prácticas militares, pero no se dio la oportunidad. Después, Serrano y Gómez conminaron a Obregón a renunciar a su candidatura a la reelección presidencial y los dos se comprometieron a retirar las suyas. Ante la negativa del Caudillo, los acontecimientos se salieron de control.
El 1 de octubre de 1927 Serrano se fue a Cuernavaca a celebrar una fiesta de cumpleaños y el 2 fueron arrestados por militares fieles a Obregón. El 2 los subieron a autos –Serrano y un grupo de siete colaboradores– para trasladarlos a la ciudad de México, pero en el camino fueron detenidos por otra partida de militares, bajados de los autos y les aplicaron la ley fuga. Gómez fue asesinado más tarde, en noviembre de 1927. Sin el obstáculo de Serrano y Gómez y con mensajes criminales enviados a los opositores a la reelección, Obregón tuvo el camino libre y en julio ganó las elecciones con el 100% de los votos porque Serrano y Gómez, muertos, no se presentaron a la contienda. Sin embargo, el destino estaba fijado: días después de su victoria y ya como presidente electo, Obregón fue asesinado por el católico José León Toral en una comida en La Bombilla, en Coyoacán; y aunque el asesino pudo disparar sólo dos balas, la autopsia de Obregón reveló cuando menos quince perforaciones. El mensaje antirreeleccionista fue entendido: el presidente Elías Calles anunció que no habría extensión del periodo cuatrienal de gobierno, puso presidente interino, llamó a nuevas elecciones, creó el Partido nacional Revolucionario, puso candidato presidencial, lo hizo ganar, aceptó la renuncia del presidente e impuso un interino, colocó sucesor y fue el hombre fuerte de la Revolución hasta que fue exiliado por el presidente Cárdenas en 1936.Guzmán supo de los asesinatos de Serrano y Gómez durante su exilio en Madrid y su indignación lo llevó a escribir la novela La sombra del Caudillo. Los ajustes del tiempo literario fusionaron dos sucesiones: la de 1924 y la de 1928. Los eventos reales de 1927 fueron colocados por Guzmán en 1824. La anécdota es sencilla: en 1824 el Caudillo tenía que designar a su sucesor entre dos figuras: su ministro de Guerra (Ignacio Aguirre) y su ministro de Gobernación (Hilario Jiménez), los dos generales con mandos de tropas. Aunque su preferido era Jiménez, el poder del Caudillo no le alcanzaba para imponerlo porque corría el riesgo de alzamientos militares. Entonces fue cuando lo militar pasó a la categoría de político. Aguirre no quería ser candidato para no enemistarse con el Caudillo, pero los agüeristas estaban fuera de control; tampoco podía retirarse porque Jiménez exigía el sacrificio de los agüeristas. En ese juego de poder se fundó el estilo priísta de hacer política, un juego de espejos alrededor del juego de la silla, muchos girando alrededor para sentarse en una sola silla, unos juegos que duraron, paradójicamente, hasta 1994 cuando fue asesinado el entonces candidato priísta a la presidencia, el sonorense Colosio.
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