En la novela, Guzmán logra ofrecer los mecanismos políticos del sistema de selección de candidato presidencial. Hay que insistir que fue, la de 1927, la primera sucesión real porque la de 1924 salió sin tantos perversos juegos de poder. Sin embargo, la sucesión de 1928 estaba complicada porque Obregón estaba fuera de la presidencia, Elías Calles era el presidente pero no parecía muy convencido de que Obregón se reeligiera y el poder eliascallista no le alcazaba para frenar a Serrano y Gómez. El manejo de la sucesión estuvo en la decisión del presidente saliente, aliado a Obregón, para imponer candidato ante figuras opositoras. Lo que menos querían Obregón y Elías Calles era facilitar una guerra civil entre jefes militares en lucha por la presidencia, pero el país y el entonces sistema político carecía de espacios de compensación para luchas políticas por el poder entre mandos militares.
La novela de Guzmán toma dos sucesiones para fusionarlas en una y ofrecer una descripción metodológica de la forma de escoger presidente desde la presidencia.
El Caudillo tenía a su preferido pero no quería cometer el error de dejar desencantos que pudieran pasarse a la oposición. Para evitar alzamientos militares –Obregón se sublevó contra Carranza con el Plan de la Noria por querer imponer a Bonillas y cerrarle posibilidades a Obregón–, la designación del candidato en el literario 1924 debía ser un manejo de habilidad política. La novela ilustra las formas de hacer política en dos escenarios: el real y el de las apariencias.
Desde la atalaya política del Castillo de Chapultepec donde se aloja como presidente de la república, el Caudillo observa con ojo crítico. El disidente Aguirre no quería ser candidato en contra del Caudillo, pero sus seguidores lo presionaban y también provocaban al adversario; el oficialista Jiménez sólo esperaba que el Caudillo lo señalara. Guzmán logra captar el juego de dobleces del poder: Aguirre va a ver al Caudillo para decirle que no quiere ser candidato pero el Caudillo no le cree; luego Aguirre visita a su contrincante Jiménez para lo mismo pero tampoco le cree. Así, Aguirre se siente empujado a la lucha. Jiménez le pide a Aguirre como garantía de calidad el sacrificio de sus seguidores y Aguirre se niega; por tanto, concluye Jiménez, sí quería la presidencia diciendo que no.
Guzmán maneja a los personajes como títeres en un gran teatro de comedia trágica del poder revolucionario; dibuja la forma en que los poderosos usufructuaban al poder en nombre de las masas y éstas aparecen como borregos sin conciencia. También exhibe la corrupción política desde los cargos públicos, porque hasta los buenos tenían que corromperse justificando que sólo así podían obtener los recursos para seguir la revolución a favor de los pobres. Los dos precandidatos reflejan grupos de poder, intereses oscuros, se mueven en las orillas del sistema, los domina la ambición aunque con apellido social o disfrazado, cada uno tiene seguidores marcados por las peores famas públicas de su tiempo.
Fuera de control la situación llega a las decisiones últimas. Una versión clandestina le avisa a Aguirre que va a ser detenido por órdenes del Caudillo y sería sometido a consejo de guerra; en la noche se fuga de su casa con seguidores y apenas veinte mil pesos y viaja refugiarse a Toluca donde lo arroparían el gobernador y el jefe de la zona militar, amigos de confianza. En el bar de un pequeño hotel se reúnen sus seguidores con gente local y ahí Aguirre recibe la seguridad de que estará protegido hasta que llegue el momento de lanzar su candidatura independiente contra la candidatura de Jiménez como el nominado por el Caudillo. Confiado, Aguirre respira tranquilo.
Pero repentinamente llega gente del general de la zona militar para decirle que forman parte de una escolta para llevarlo a un lugar más seguro; confiado, Aguirre sale con ellos pero en la calle lo toman prisionero y lo encierran en una cárcel militar. De ahí lo sacan para llevarlo al DF a un consejo de guerra pero a la mitad del camino, se detienen los camiones, bajan a Aguirre y a sus seguidores y los pasan por las armas el 2 de octubre de 1927. La información oficial, firmada por el Caudillo, habla de conspiraciones levantamientos en armas y corrupciones. La prensa, bajo estrictas medidas de control, sólo reproduce la versión oficial.
Pasado el problema, Jiménez (Elías Calles) en lanzado como candidato oficial a la presidencia de la república para sustituir al Caudillo (Obregón). En la vida real todo eso ocurrió y de ahí el valor de la novela de Guzmán publicada en 1929, ya muerto Obregón y Elías Calles consolidado como el hombre fuerte de la revolución.
Guzmán logra develar el método sucesorio: el Caudillo o presidente saliente tiene la facultad de designar al candidato oficial, los aspirantes tienen que someterse a los ritmos y lealtades del caudillo, nadie puede salirse del guión, y al final de cuentas el sucesor debe ser el garante de la lealtad hacia el saliente. El poder presidencial no se comparte: Obregón-Elías Calles, Elías Calles-Cárdenas.
La novela de Guzmán recoge algunas de las prácticas del poder:
–Hablando en plata, el honor, entre políticos, maldito lo que lo garantiza.
–Quería hacer sentir al candidato que aquella popularidad era ya la expresión de una alianza indisoluble –“fundada en la naturaleza de las cosas”– entre Aguirre y sus partidarios políticos.
–En política no hay más guía que el instinto.
–La tragedia del político, sincero una vez, que, asegurando de buena fe renunciar a las aspiraciones que otros le atribuyen, aún no abren los ojos a las circunstancias que han de obligarlo, pronto y a muerte, eso mismo que rechaza.
–En el campo de las relaciones políticas la amistad no figura, no subsiste.
–De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles.
–No te cree el Caudillo porque se imagina que tú haces lo que él haría en tu caso: fingir hasta lo último para no perder las ventajas que te da tu carácter de ministro.
–Renunciar ahora no remediaría nada. El Caudillo sólo creería que ya te sientes bastante fuerte.
–Mi primera razón para no creerte es que no veo la causa que te obligue a rechazar una candidatura que, según tú mismo afirmas, te ofrecen de todos lados.
–Ni a ti ni a mi nos reclama el país. Nos reclaman –dejando a un lado tres o cuatro tontos y tres o cuatro ilusos– los grupos de convenencieros que andan a caza de un gancho de donde colgarse.
–Y que abandone a mis partidarios, que los traicione. –Si no los encabezas, dejarlos no es traicionar.
–Fíjate en la sonrisa de “las gentes decentes”. Les falta a tal punto sentido de la ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya, no nuestra, lo que hace que la política mexicana sea lo que es. Dudo qué sea mayor: si su tontería o su pusilanimidad.
–¿Sabes por qué tomo el dinero (de la corrupción)? No porque me figure que al tomarlo está bien hecho; no soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito.
–Soy un sinvergüenza, pero un sinvergüenza dotado de valor y de voluntad.
–¿Quieren a fuerza que luchemos? Pues iremos a la lucha; que al fin y al cabo, en política, en México, todos pierden.
–O nosotros madrugamos al Caudillo o el Caudillo nos madruga a nosotros; en estos casos triunfan siempre los de la iniciativa.
–¿Qué pasa cuando dos buenos tiradores andan asechándose pistola en mano? El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política mexicana, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar.
–Hay que madrugar tomando en cuenta el reloj. Si no, ¿para qué sirve?
–Nos consta a nosotros que en México el sufragio no existe; existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan el poder, apoyados a veces por la simpatía pública. Esa es la verdadera Constitución mexicana; lo demás, pura farsa.
–La regla de la política es una sola: en México si no lo madruga usted a su contrario, su contrario lo madruga a usted.
–Consentí para disimular.
–Usted habrá sido general y ministro, pero aquí (sometido por las armas) no es más que puro jijo de la tiznada.
Guzmán ofreció en La sombra del Caudillo un método para hacer política en la sucesión presidencial.
Una versión sobre ese asesinato fue recreada, en periodismo narrativo, por el escritor José Emilio Pacheco en octubre de 1977 en su columna Inventario en la revista Proceso (No. 48, 3 de octubre, reproducida en tomo I de Inventario. Antología, páginas 244-256, Editorial Era, 2017). Basado en libros y algunos testimonios recogidos de personajes aún vivos, Pacheco reconstruye no sólo el asesinato del 3 de octubre sino su contexto político: la amistad de Obregón con Serrano, la política que los hizo odiarse, las deficiencias personales ocultas, la ambición por el poder, el síndrome Santa Anna-Díaz del necesariato: mejor él, Obregón, que los otros con defectos. No, la amistad no garantiza nada en política; al contrario, se convierte en un lastre.
La hipótesis de Pacheco es novedosa: Obregón no quería reelegirse pero sí intervino en decisiones de poder del presidente Elías Calles. El candidato supuesto era Serrano, uno de los consentidos de Obregón. Pero desconfiaban de él por su frivolidad nocturna; fue enviado a Europa a serenarse pero, dice Pacheco, regresó peor. Entonces Obregón llegó a la conclusión de que el candidato no debería ser ni Serrano ni Gómez. Volteó a mirar a su alrededor y no se encontró a nadie. Entonces pensó que le tocaba sacrificarse por la patria. Rápidamente la bancada obregonista, comandada por Gonzalo N. Santos El Alazán Tostado modificó la Constitución. Serrano y Gómez se enfurecieron y lanzaron su candidatura por la libre. Pero se trató de una ruptura en la élite gobernante. La versión del golpe de Estado el 2 de octubre en maniobras militares fue desactivada por Amaro, mientras Serrano estaba en fiestas de preparación de cumpleaños. El dato tiene un detalle poco sólido: ¿Serrano prepararía un golpe y se iría a brindar con sus amigos a Cuernavaca?
El caso fue que Obregón, Elías Calles y Amaro desactivaron la oposición militar interna y lograron poner a Obregón como candidato.
Lo importante en este caso fue la lucidez de Guzmán para entender el método político de sucesión presidencial, los hilos de poder, las prácticas del engaño, la forma en que presidente pone presidente. Ahí, en La sombra del Caudillo, se resume la primera fase de la sucesión presidencial priísta: cuando un presidente pone presidente; luego vino la segunda, la institucional: poner presidente con motivos personales pero a sabiendas de que se trata de un hecho institucional. La tercera vendrá en el 2018: el PRI regresó a la presidencia, la política se da en una sociedad abierta y participante, el PRI apenas tiene una base electoral de 25%, la alternancia ya ocurrió y el mundo no se terminó, los militares están, por decisión propia, fuera de maniobras políticas.
En 1927, desde España, Guzmán logró entender el funcionamiento interno del naciente sistema político y pudo fijar en una novela los resortes en la primera sucesión presidencial el México y no en un hecho real directo, sino en una novela escrita en 1927 y fijada en el tiempo histórico de 1924.
La sucesión presidencial en México no se entiende sin La sombra del Caudillo.
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