Sin sectores productivos proletarios y campesinos apoyados por el Estado-gobierno, con una nueva clase empresarial dependiente del mercado y no del Estado, con un PRI sin capacidad de control de masas porque éstas pasaron a condición de sectores sin organización de poder propio, el sistema político y el Estado se vieron subordinados a un presidencialismo acotado, adelgazado y centralizado en lo económico.
Por tanto, Salinas operó su sucesión presidencial desde una posición sin fuerza corporativa ni estructura real de poder. Los manotazos autoritarios contra líderes de poder –el líder sindical petrolero Joaquín Hernández Galicia La Quina, el dirigente magisterial Carlos Jongitud Barrios y el capitán empresarial Eduardo Legorreta– fortalecieron el poder tiránico de la presidencia sin construir un nuevo liderazgo. Las presidencias del ciclo político –hasta López Portillo– se preocupaban con ejercer un presidencialismo de liderazgo autoritario, pero no represivo; eran los tiempos en que el equilibrio social y político era producto de las relaciones de producción, y por tanto el sistema presidencialista necesitaba de consensos de clases.
Salinas operó su sucesión confiado en la inexistencia de un poder político alternativo. El shock de 1988 –50.3% de votos para el PRI y 31.1% para Cuauhtémoc con candidato opositor, en cifras oficiales que siguen careciendo de veracidad pero que son las únicas que se cuentan para el análisis político– lo había superado Salinas con Colosio en el PRI y Manuel Camacho Solís en la jefatura del Departamento del Distrito Federal: el PRI pasó su voto legislativo de 49% en 1988 a 58.5% en 1991; el Frente Democrático Nacional de Cárdenas se había disuelto y el PRD nació de la inexplicable y tortuosa alianza de los comunistas del viejo Partido Comunista Mexicano y los priístas cardenistas y su voto en 1991 apenas había llegado a 8% ya sin alianzas.
A pesar de estas cifras, el PRD había perfilado la segunda candidatura de Cárdenas a la presidencia de la república ya sin la aureola de luchador dentro del PRI y con un PRD distorsionado por su configuración tribal interna. Asimismo, Cárdenas sería un candidato cuestionado por su papel estabilizador en 1994 al negarse a la ruptura política o revolucionaria; por eso en las elecciones de 1994 –con el ambiente tenso provocado por el alzamiento zapatista del EZLN en Chiapas– Cárdenas y el PRD apenas llegarían a 16.6%, apenas un punto más de la mitad de lo logrado en 1988. El ganador de expectativas fue el PAN de Diego Fernández de Cevallos porque pasó de 17.1% en 1988 a 26% en 1994.
El proceso de sucesión presidencial de Salinas tuvo que lidiar con cuando menos tres nuevos escenarios que no había habido en el pasado: una oposición formalizada y ofrecida como alternativa, un PRI sin capacidad para la administración del poder y sus conflictos y una fractura en el seno del gabinete entre el continuismo de Salinas y la propuesta de reforma política democrática de Camacho. En los hechos, Salinas le dedicó más tiempo y esfuerzo al tratado de comercio libre con los Estados Unidos y a la reforma productiva para disminuir la participación del Estado en el sistema productivo y la formalización del mercado como el rector del desarrollo.
El sistema político se había sacudido por tensiones internas y externas desde su fundación. Los presidentes de la república dedicaban cada vez más atención a los problemas de administración de su poder político. El poder dual presidente de la república- funcionó con eficacia aún en momentos delicados como las candidaturas independientes de Juan Andreu Almazán en 1940, Ezequiel Padilla en 1946 y Miguel Henríquez Guzmán en 1952 y las rebeliones sindicales de 1958, médicas de 1964, priístas de Carlos Madrazo en 1965, estudiantiles en 1968 y la ruptura Díaz Ordaz-Echeverría en 1971 y los colapsos económicos en 1976 y 1982. En esos conflictos el presidente saliente había ejercido la facultad política de subordinar al sistema político para decidir su sucesión, aunque posteriormente los seleccionados hubieran de traicionar los compromisos.
El principal problema de Salinas fue confiar en exceso en su poder personal. La rebelión de Camacho en noviembre de 1993 en contras de la candidatura oficial de Colosio no logró ser resuelta por Salinas sino apenas controlada con amenaza veladas de que Camacho sería aplastado por el aparato de poder del sistema. El alzamiento zapatista y el papel de Camacho como negociador de la paz fue un factor disruptor de la campaña de Colosio, pero también por la decisión de Salinas –por omisión o por incapacidad– de mantener a Camacho con un aire de posible candidato alterno o independiente.El asesinato de Colosio liquidó los mecanismos tradicionales de operación sucesoria de los presidentes salientes. Liquidado Colosio por un magnicidio, Zedillo asumió la candidatura. Sin embargo, la crisis del tipo de cambio rompió los tibios acuerdos entre el saliente y el entrante: Zedillo pidió que Salinas devaluara antes de la toma de posesión, Salinas se negó, Zedillo movió sin control la banda cambiaria el 20 de diciembre y las movilizaciones zapatistas y la carencia de reservas para enfrentar una corrida de divisas –las reservas pasaron de 28 mil millones de dólares en febrero de 1994 a mil 500 millones de dólares en diciembre: el colapso político derivó en compra masiva de dólares y Salinas le heredó a Zedillo arcas vacías. Y para fijar su espacio de autonomía relativa con el Salinas marcado por la sospecha popular del asesinato de Colosio y apurado por romper cualquier complicidad shakespeariana –“aquel que se manche las manos de sangre conmigo será mi hermano”: Enrique V–, Zedillo arrestó a Raúl Salinas de Gortari el 28 de febrero de 1995.
No olvides seguirnos y mantenerte actualizado con El independiente.