La estructura de poder en México –sistema/régimen/Estado– se construyó sobre la marcha, de manera acumulativa y a partir de experiencias específicas. Las revoluciones no destruyeron todo sino que aprovechar lo edificado. Lo único que ha cambiado en poco más de novecientos años de vida –desde la fundación de Aztlán en 1111 hasta el 2017 de la sucesión presidencial de 2018– han sido las élites, los comportamientos políticos y las prácticas del poder. Ahí es donde ha fracasado cualquier intento de construcción democrática: la estructura del poder es más fuerte que las relaciones sociales en la polis.
El sistema político indígena –Tlatoani, estamentos, religión, consejo de ancianos, dominio militar– sobrevivió a la Colonia española y fortaleció la estructura de poder; el autonomismo, el imperio iturbidista y el federalismo de la Independencia se consolidaron sobre las estructuras del viejo régimen; el liberalismo de mediados del siglo XX pudo establecerse sobre las estructuras coloniales, el porfirismo acumuló el juarismo para un régimen autoritario y el PRI logró sumar todas las experiencias en prácticas de poder que llegaron desde el pasado indígena.
La estructura del poder en México tiene tres pilares, colocados en un triángulo funcionalista –es decir: para servir y servirse, no para practicar la democracia como destino histórico: el presidencialismo, el partido y la sucesión presidencial. Éste es, en pocas palabras, el sistema político mexicano: el poder, el instrumento y las complicidades. La alternancia partidista en el 2000 fue suave porque el PAN y Vicente Fox no llegaron a romper todo, sino que se percataron que su sobrevivencia como minoría en el poder requería del consenso de la estructura de poder priísta; el regreso del PRI a la presidencia en el 2012 se dio en los mismos términos: nada de romper lo que todavía puede funcionar.
El sistema político fue producto de decisiones de poder: Santa Anna, Juárez y Díaz inventaron la presidencia fuerte, Elías Calles creó el partido como la cristalización funcional del sistema en un mecanismo de engranes de relojería y el PRI estableció las reglas alrededor de la forma de seleccionar al candidato oficial a la presidencia. Cuando el PAN quiso inventar sus propias reglas, su derrota le recordó que el sistema imponía las reglas y no los políticos.
Lo que pocos entienden es que el sistema político mexicano se ha sofisticado hasta el grado de hacerse autónomo. Un poco porque la educación social y política se basa en la historia oficial del propio sistema –los libros de texto gratuito son los aparatos ideológicos no sólo del Estado (Althusser) sino del propio sistema, por lo que el sistema se reconstruye a sí mismo para sobrevivir. La Revolución Mexicana destruyó a Díaz pero aprovechó el sistema porfirista, que a su vez se había nutrido de los sistemas de Lerdo y Juárez y éstos se favorecieron de Santa Anna.
Santa Anna creó la necesidad de un líder, Juárez aprovechó la enseñanza pero le agregó un proyecto de modernización social y secularización en aras de construir una base económica que determinara relaciones sociales, inclusive aplastando las prácticas indígenas tradicionalistas, Díaz le agregó el autoritarismo verticalista en un país de fe religiosa creyente en un sacerdote como guía aunque ahora civil y el PRI supo que la única manera de cohesionar a la sociedad era con reglas basadas en las instituciones del pasado.
Así se crearon los seis pilares del sistema político mexicano:
1.- El presidente de la república. La tradición del Gran Jefe Omnipotente viene desde los Tlatoanis indígenas y se consolidaron con la figura del papado católico omnipotente, omnisciente e infalible. El consejo de ancianos y los emperadores indígenas mostraron la relación líder-masas que prevalece hasta la actualidad, aunque hoy con menos consenso y credibilidad. El presidente es el “Gran dador de Vida” de la cultura indígena. Es la pieza clave del sistema porque cohesiona, une y lidera.
2.- El partido. El poder unipersonal del presidente funciona en una estructura de partido del Estado-gobierno que distribuye posiciones de poder; es una agencia de colocaciones, pero al mismo tiempo una estructura corporativa de los sectores productivos para tomar decisiones que después se transforman en políticas públicas. En términos de funcionalidad, el partido es la estructura de cohesión del poder, la institucionalización del presidencialismo. Su fuerza depende de su papel en la toma de decisiones de gobierno, en el canal de administración de demandas. En términos de Easton, es un partido-sistema.
3.- El bienestar social. La legitimidad social del poder priísta radica en la distribución del bienestar. El Estado priísta de bienestar es el fruto de la creación de políticas sociales. El crecimiento económico se lee en función de la clasificación social. La configuración del PRI en sectores, además del control político, fue creado por Cárdenas para el PRM en función de que los destinatarios del bienestar fueran los trabajadores, los campesinos y las clases medias. El PIB promedio anual de 6% en el largo periodo 1934-1982 creó el Estado de bienestar.
4.- Los acuerdos y entendimientos con sectores fuera del PRI pero dentro del sistema. El control corporativo de los sectores productivos como masa y no como clase se centró en los dependientes del funcionamiento del partido. Al evitar el totalitarismo excluyente, el sistema creó el modelo que José Revueltas caracterizó como “Estado total y totalizador”, en donde hubo muchos sectores fuera del partido pero dentro del sistema. La forma de asimilarlos fue con pactos y entendimientos, a fin de construir lealtades: empresarios, militares, Estados Unidos, jerarquía católica, medios, intelectuales y la oposición que basaba su lealtad en la conquista de niveles intermedios pero alejado de la alternancia presidencial.
5.- La cultura política como ideología oficial. La educación pública instaurada incipientemente por Díaz pero estructuralmente por el PRI se convirtió en el mecanismo de construcción de una lealtad histórica. El pensamiento histórico se utilizó como parte del “Estado total y totalizador”, en el que no se necesitaba de la represión ni de la militancia. En los noventa el crítico radical del PRI, Luis Javier Garrido, señaló que “en México todos somos priístas hasta demostrar lo contrario”. Es decir, que el sistema vía la educación, la cultura, la ideología, los medios y las tradiciones inculcaba el modo priísta de vivir. El Partido Comunista Mexicano nunca pudo romper esa concha del ostión priísta.
6.- Las reglas. Después de rupturas políticas y revolucionarias, los ideólogos del sistema entendieron que las confrontaciones representaban rompimientos en la medida en que no existían reglas de comprensión y cumplimiento. El problema comenzaba al interior de la coalición social priísta. Por eso se crearon las formas –reglas o protocolos– para acceder al poder, mantenerse y tener salidas institucionales. La crisis en la sucesión de 1928 llevó a las reglas para acceder al poder. Las reglas fueron el seguro de sobrevivencia del sistema político priísta.
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