El partido ya no es la confluencia de clases o el espacio de negociación de políticas públicas, sino que es un Golem al estilo Norbert Weiner: una máquina que aprende y que tiene capacidad de reproducirse, como una especie de robot con vida propia. El Golem es el Adán de la máquina. Como máquina, el PRI ya no responde a sectores ni a lealtades, sino que es el aparato de funcionamiento de la política para beneficiarse a sí mismo, independientemente de quien o quienes estén al mando del partido. Como máquina, el Golem partidista se mueve en función de espacios de poder, no de ideas ni compromisos. Y la idea central es la de ganar posiciones para fortalecerse.
La sucesión presidencial dejó de ser el factor de cohesión política para el reparto de poder entre grupos, corrientes y tendencias. En el pasado la fuerza del candidato radicaba en la construcción de alianzas. Hoy todo se reduce a complicidades. Si el PRI fue una gran coalición de grupos, intereses y sectores, el pragmatismo ha recudido la candidatura presidencial a la construcción de una hermandad de complicidades. La hermandad es equiparable a una sociedad secreta: pocos que cumplen compromisos producto de confabulaciones. Una hermandad no funciona por programas o peticiones ni por distribuciones equitativas del poder, sino por prácticamente pactos de sangre, una cofradía ajena a acuerdos de poder entre grupos. El presidente que llega responde a sí mismo y a su hermandad de poder.
La sucesión presidencial del 2018 se movió en el triángulo del poder del presidencialismo-Príncipe, del partido-Golem y de la sucesión-Hermandad. Y aunque se vio con claridad en el interior del PRI, en los hechos el PAN, el PRD y Morena también se movieron en el espacio de la autonomía relativa del sistema-régimen. Es decir, los aspirantes se ajustaron a las exigencias del sistema como máquina autónoma de poder donde lo que menos importa es la ideología, sino que opera en función del poder por el poder mismo, aunque se quiera vestir a veces con discurso cargados de sentimentalismo o ideología. Los presidentes de la república del PRI desde 1994, los dos del PAN, el nuevo del PRI y López Obrador como jefe de gobierno creyeron utilizar el sistema para su beneficio personal, pero en la realidad el sistema los prohijó y los benefició para ser los encargados de fortalecer al sistema en función de los intereses del propio sistema.
La crisis de las ideologías en México no ha sido producto del agotamiento del valor de las ideas o de sus propuestas utópicas, sino de la decisión de los políticos de dejar de gobernar al sistema para encontrar el espacio de llegar al sistema en función de las reglas del sistema y no de la sociedad o de los políticos. La capacidad autopoiética del sistema ha facilitado el trabajo de los políticos porque ha reducido sus discursos sólo a ofrecer programas asistencialistas que sólo garanticen votos y no influyen en nada en el bienestar de la sociedad.
En este sentido, la estructura del poder en el triángulo moderno sólo facilita la gobernación –administración de las oficinas públicas– y no la gobernabilidad –relación demandas-ofertas sociales– y menos responde a la función de los partidfos como caminos para la definición de demandas sociales de sus militantes, aunque contribuya a la profundización del sistema político como caja negra de demandas sociales-políticas públicas.
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