El Independiente, año 1
En el primero y seminal acercamiento de la relación de los escritores y la política en el número 13 de la revista Plural (octubre, 1972), Octavio Paz encontró que la historia de la literatura moderna “es la historia de una larga pasión desdichada por la política”. En su texto analítico –no en la presentación–, el ensayista y poeta abrió y cerró sus razonamientos con dos puntos referenciales: la crisis del sistema político priista “está en quiebra desde 1968” y “la literatura desnuda a los jefes del poder y así los humaniza; los devuelve a su mortalidad, que es también la nuestra”.
Como ejercicio del razonamiento intelectual, el periodismo se mueve en las mismas márgenes de la dialéctica de la inteligencia que la literatura y comparte funciones y objetivos: la misión de la prensa es, de manera sencilla, contar lo que el poder quiere ocultar. Y, en este contexto, las relaciones de la prensa con el poder o del poder con la prensa son también de una pasión desdichada.
1.- El 68: manotazo autoritario.
En la primera frase de Posdata señala Paz a 1968 como un año axial: no de ruptura, sino de rotación. Un enfoque analítico y desapasionado refiere al 68 mexicano como un año de protesta sistémica contra la veta autoritaria del régimen, pero nunca pudo convertirse en un punto de ruptura sistémica. El pliego petitorio se resumió a una dolorosa denuncia antiautoritaria contra el régimen de la Revolución Mexicana, sin pensar siquiera entonces en la conceptualización de una transición de sistema/régimen/Estado, en tanto que el PRI como estructura de ejercicio del poder todavía parecía representar su origen popular antiporfirista.
El 68 fue el año de la gran rebelión social contra la prensa industrial y comercial que cumplía las funciones –dentro de la ideología de la Revolución Mexicana y el Estado asociado– como aparato ideológico del Estado (Althuser), solo que el gobierno que gestionaba el funcionamiento del Estado había perdido sus enfoques populares y revolucionarios desde 1940 y el país funcionaba con una administración pública representativa, aunque con un sistema funcionalista que obedecía a los intereses de una élite gobernante con una mixtura de compromisos con el modelo económico capitalista autoritario.
Por contradicciones sobretensadas al interior del aparato de comunicación del régimen y no con una intencionalidad específica, el 68 registró la protesta de las masas estudiantiles y populares antes los edificios de los periódicos Excelsior y El Universal –ya como aparatos de control ideológico del Estado priista– con el grito de guerra de: ¡¡¡prensa vendida!!!, coronada con el discurso de Martín Luis Guzmán (en versión contraria a La sombra del caudillo) en el día de guardar de la relación prensa-gobierno del 7 de junio de 1969, postrando a la gran prensa mexicana industrial en modo de El Imparcial porfirista a los intereses del régimen de poder de Díaz Ordaz.
Más como dinámica de sus contradicciones internas, el periódico Excelsior tuvo un relevo de dirección a favor de julio Scherer García como el inicio un golpe de timón en el rumbo de la prensa al abrir sus páginas al periodismo crítico y de revelación de secretos, no como espacio opositor. No se entendió entonces, pero se trató en efecto de un cambio de rumbo que marcó más que todo el fin de la prensa como instrumento de dominación ideológica del régimen que la posibilidad de alguna reorientación de las funciones de la prensa frente al poder, aunque también en modo ideal y no real.
El Excelsior de Scherer no fue ninguna posición opositora o de liderazgo antisistémico, sino que solo se enfocó abrir los espacios periodísticos a la crítica política con reporteros que encontraron los lados oscuros del poder y sobre todo con intelectuales liberales y no revolucionarios ni rupturistas que plantearon una línea de análisis político del régimen sin la subordinación del pensamiento al poder institucional. Los ocho años de la dirección de Scherer refrescaron el papel de la prensa mostrando los ejercicios del poder y contribuyeron, sin planteárselo de manera directa o consciente, las bases de la transición de la prensa al ejercicio democrático de la información. El manotazo autoritario del presidente Echeverría respondió al estado de alarma del poder político ante la gritería de las masas y la crítica periodística contra el ejercicio autoritario del poder, aunque ejercido desde la legitimidad política de un sistema priista dominado por el pensamiento autoritario de Díaz Ordaz
2.- 1976: la transición que nadie supo.
El régimen político priista encabezado por el presidente José López Portillo –que había salido de la clase gobernante– entendió el 68 como el punto culminante de la dialéctica autoritarismo-liberalismo y comprendió que la contradicción de las fuerzas sociales ya no podía resolverse por la fuerza, la del Estado y la de la guerrilla armada. En 1977 inició una reforma política que modificó la estructura del sistema, pero con liberalizaciones rigurosamente controladas que le restaron eficacia al cambio político: el eje de la propuesta fue la legalización del Partido Comunista Mexicano, cuya ideología marxista contraria al sistema/régimen/Estado había abierto una muy grave fisura en el edificio sistémico con el patrocinio político o directo o simbólico a la guerrilla armada que sacudió la cohesión interna de la clase gobernante.
La legalización del PCM aireó un poco el ambiente autoritario del país, pero la prensa no tuvo capacidad organizativa y financiera para dar pasos adelante: el golpe político contra Excelsior en 1976 que llevó a la salida de Scherer de la dirección no encontró la capacidad de organización de los medios, aunque provocó un reacomodo que contribuyó también a la conquista de libertades periodísticas: nació Proceso, se fundó Uno Más Uno, se creó La Jornada y emergió El Financiero, todos ellos con mecanismos reducidos de control autoritario del régimen y con una dinámica periodística que puso un punto de no retorno al ejercicio de la crítica política al poder.
El problema de esta nueva prensa estuvo en la ausencia de una dinámica partidista adecuada a la nueva correlación del poder, pero limitada por lo que ha sido el principal lastre del cambio político en México: la ausencia de una sociedad civil activa, consciente y progresista, junto a la perversión sistémica que desactivó la potencialidad de la reforma política encasillando a los nuevos partidos políticos a la búsqueda del poder a través de negociaciones con el poder. El PCM traicionó su propia dinámica porque le dio más importancia a la urgencia de modificar su apellido comunista por formas de socialismo que respondían más bien a la pérdida de la brújula ideológica ya la ausencia de masas de la clase obrera que había criticado con severidad José Revueltas.
El fracaso de la izquierda socialista-comunista, que estaba llamada a tener una función política de ruptura transicionista, ocurrió en 1988 con su adhesión a la candidatura presidencial del priista Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y cerró el candado ideológico con la sesión de su registro como Partido Comunista a Cárdenas y sus huestes priistas para fundar el partido de la Revolución Democrática como una organización pospriista y poscardenista, cualquier cosa que esto represente.
Después de las elecciones de 1988, el operador salinista Manuel Camacho Solís preguntó las razones por las cuales “la prensa industrial había votado por Cárdenas y no por Salinas”. Aunque su curiosidad pareció buscar explicaciones que conducirían a nuevos mecanismos de control de los medios, en realidad reflejaba la gran limitación del proceso ya por entonces incipientemente transicionista que se había instalado en algunos medios escritos.
Con un régimen priista ya en proceso claro de despriización por el relevo de clase política tecnocrática en el grupo gobernante con Carlos Salinas de Gortari en 1988, la prensa encontró un impulso crítico contra el modelo de sistema priista y desarrolló mayores espacios de crítica que fueron minando los pilares del sistema político –el presidente de la República, el PRI, el bienestar social, la ideología revolucionaria y los acuerdos con los sectores invisibles del poder–, pero sin encontrar ningún partido de oposición que encarrilara estas disidencias.
Con todo y las deficiencias, la prensa mexicana fue un instrumento social para minar las bases de legitimidad del presidencialismo mexicano como el estatua de Lenin del régimen priista y contribuyó a debilitar al PRI como el Muro de Berlín del sistema autoritario, pero sin lograr conexiones con los partidos políticos registrados que para 1989 habían decidido ya olvidarse de la transición o reconstrucción democrática del sistema/régimen/Estado y solo se ha concretaban a buscar invitaciones al pastel político institucional del poder.
La izquierda como alternativa –es decir la izquierda socialista-comunista antirrégimen– fue mediatizada por el PRD y luego por Morena: se olvidó de construir bases sociales en el sector productivo del proletariado, se refugió en las universidades y medios de comunicación y emprendió batallas para convertirse en parte del régimen burocrático del poder.
La alternancia partidista del 2000 se redujo al relevo de partido en una estructura todavía priista del poder.
3.- 20002-2024: alternancia sin transición.
En 1968 y en 1994 se crearon dentro del pensamiento intelectual posiciones que buscaron el tránsito del régimen autoritario mexicano (en el modelo de Juan Linz) a un sistema democrático tradicional basado solo en el respeto al voto, pero sin construir nuevas bases sociales ni reorganizar la correlación de fuerzas productivas que determinan relaciones de poder.
El PAN y los gobiernos de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa carecieron de una comprensión de los procesos históricos del régimen mexicano y cometieron la misma pifia del PRI: enquistarse en el poder. En 2012, el PAN agotó sus posibilidades sistémicas y su pacto con el PRI facilitó el regreso del priismo a la presidencia con la figura mediática de Enrique Peña Nieto como la última oportunidad de las bases sociales del régimen priista para replantear las posibilidades del poder, pero de nueva cuenta el presidente de la República no pudo entender la dinámica de las contradicciones del sistema y se instaló en el ejercicio lúdico del del viejo régimen en manos de una nueva generación política y la corrupción hundió la dinámica el regreso priista.
La prensa en la transición 2000-2012 no pudo ejercer su potestad política por una de sus deficiencias históricas: la ausencia de una sociedad civil con capacidad para dinamizar la actividad política y acotar los abusos de las instituciones. Los medios críticos carecieron de apoyo social y tuvieron que sobrevivir con publicidad entregada por goteo por el propio régimen priista, disminuyendo o acotando las posibilidades de la crítica como un factor de dinámica política. El acuerdo PRI-PAN mediatizó la alternancia e impidió que se convirtiera en transición hacia una República de leyes a instituciones, y se agotó en aperturas oscilantes de espacios críticos.
La prensa aprovechó la debilidad y superficialidad del Gobierno de Peña Nieto y le aplicó al régimen una tercia de batacazos que tampoco pudieron convertirse en dinámica social: el pánico social contra la creciente inseguridad pública por secuestros de alta visibilidad, la revelación en grado de escándalo mediático de la Casa Blanca del presidente Peña y la gran protesta social en modo del 68 por el secuestro y asesinato de 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa.
El papel de la prensa para potenciar el efecto social de estos tres sucesos –entre otros– se agotó en la mera crítica, ante la incapacidad de la entonces oposición con un PRD devastado por sus contradicciones internas y a un partido Morena construido solo para impulsar la candidatura personal de Andrés Manuel López Obrador. Los liderazgos sociales políticos del período 1968-2000 se diluyeron en una alternancia decepcionante de un PAN que nunca entendió para qué quería el poder y que se desfiguró en la mediocridad de las personalidades de Fox y Calderón.
Como en 1968 y en 1988, la prensa crítica encontró en el discurso crítico de López Obrador la posibilidad de ampliar su decepción contra el viejo régimen priísta, aunque sin tener ninguna certeza de que pudiera existir una propuesta lopezobradorista de definición de un programa de transición del régimen corrupto PRI-PAN y del régimen democrático electoral hacia la construcción de una República de leyes e instituciones.
La prensa crítica mexicana compró la figura y el discurso de López Obrador, pero tampoco pudo definir una agenda de replanteamiento de su función y de construcción de mecanismos institucionales para financiar a medios que seguían todavía sin tener el apoyo económico de la sociedad y dependiente de lastre que arrastra el cuello de la prensa: su dependencia de la publicidad oficial, que en el viejo Estado autoritario podía tener acceso a recursos para ejercer una crítica en el modelo de dictadura perfecta de Mario Vargas Llosa: los enemigos del régimen en el seno del régimen como factores de legitimación del régimen.
De 1968 a 2000 y de 2000 a 2018, la prensa crítica fue una pieza fundamental para seguir minando la legitimidad del viejo régimen priista-panista. Con habilidad y liderazgo, López Obrador supo impulsar esta línea crítica de los medios, pero sin tener ninguna propuesta concreta de planteamiento para ayudar a construir una nueva relación sociedad-poder a través de la mediación inevitable de la prensa.
La falta de una reflexión teórica sobre el proceso político mexicano 1968-2018 impidió que se analizara una propuesta del papel que deben jugar los medios de comunicación escritos en la construcción de la conciencia social y en el acotamiento del ejercicio del poder aún de sectores que fueron en su momento oposición y criticaron con severidad al régimen priista. El apoyo ciego de los medios a López Obrador se convirtió en un cheque en blanco que los propios medios no han podido recuperar en estos casi cinco años de gobierno.

4.- La prensa crítica y la 4ª-T.
El modelo de comunicación política del presidente López Obrador fue exitoso en la centralización del poder en la figura del jefe del Ejecutivo federal y sus conferencias de prensa diarias como ejercicio del poder como acción comunicativa. Desde el principio de su gobierno, el presidente decidió no darle prioridad a la relación con la prensa escrita, reducir a su mínima expresión la aportación publicitaria a los medios y convertir a la presidencia en la cara del poder público, aprovechando siempre su legitimidad electoral y sobre todo su liderazgo popular.
Lo malo de este modelo de comunicación política del poder fue su utilidad para el ejercicio cotidiano de la Presidencia, pero no pudo destruir a los medios de comunicación como espacios críticos. La confrontación directa del presidente con algunos periodistas críticos envió mensajes favorables a su propio liderazgo, pero ha minado de manera inevitable la estructura institucional del régimen y del Gobierno y ha reducido a la figura presidencial la figura de la institución del Ejecutivo, sin entender que se trata de fenómenos coyunturales que responden al carácter de liderazgo personal del titular. Los casos de individualización del poder político se agotaron en la figura del titular temporal: Santa Anna, Juárez, Porfirio Díaz, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, y cada uno de esos ejercicios individuales del poder fue sucedido por un período de debilitamiento institucional que beneficio a las corrientes conservadoras.
Se acepte o no, el papel de la prensa en sus diferentes versiones –de la sumisa a la crítica– ha sustituido la configuración social de clases y por lo tanto en nada contribuido a su papel regulador de los abusos de poder, ni tampoco ha funcionado para construir ciudadanía autónoma. Las pequeñas instancias de oposición dentro de la estructura del régimen –el INE, por ejemplo– también me han desvirtuado su función de creación de espacios de equilibrio democrático, en tanto que se han convertido en estructuras burocráticas autónomas que benefician a pequeñas castas ajenas a la correlación de fuerzas sociales y productivas.
El funcionamiento de la prensa crítica como contrapeso del poder –no como oposición– ha sido incomprendido en las diferentes etapas de redefiniciones sistémicas: el 68 estudiantil, el 76 populista, el 88 rupturista y el 2000 electoral, pero en el entendido de que las posibilidades de la prensa como contrapeso no deben depender del poder político o de la oposición, sino que debe ser producto de una reconstrucción de la dinámica política de la correlación de fuerzas sociales y productivas. Es decir, la prensa crítica debe vivir y desarrollarse a partir de una función social que la sociedad misma debe entender y practicar y no continuar siendo subsidiada por la publicidad gubernamental a cubetas como en tiempos de Peña Nieto ni por goteo como con López Obrador.
La política mexicana debe salirse del ring presidencial y tiene que reconstruir sus tres pilares fundamentales: los partidos independientes y de militantes, las fuerzas productivas para definir enfoques ideológicos y la existencia de una República de leyes e instituciones más allá de la democracia procedimental de las urnas.
En el largo período 1968-2023, la prensa mexicana no ha reflexionado sobre la diversidad de sus funciones y la sociedad no ha entendido de que tiene la obligación política de subsidiar a la prensa con el pago a la circulación. Y por principio de cuentas debe de entender de que la sociedad tiene la prensa que se merece o la prensa que la propia sociedad quiere tener. Mientras la prensa siga dependiendo de la publicidad gubernamental y no tenga el apoyo social en pago a la circulación, el papel de la información crítica seguirá siendo secundario y la relación de la prensa con el poder será el de la maldición de Octavio Paz: una pasión desdichada.