Hay una palabra que se ha utilizado mucho en el actual sexenio y que podría ayudarnos a entender buena parte de las actitudes de muchos de los integrantes de la clase política actual. Esta es adversario, pero no en el entendido de competidor, sino más bien como el enemigo que se opone, en ocasiones por cualquier medio.
El discurso desde Palacio Nacional ha incentivado el enfrentamiento en contra de los adversarios, no permitiendo que exista diálogo como en anteriores ocasiones, pues ya se sabe que todo lo que venga del pasado –excluyendo a muchos de los actuales miembros del grupo gobernante— es malo y no se puede tener relación con eso.
Así, en el legislativo, en la discusión pública, en los distintos órdenes de gobierno, quienes no concuerden o compartan los puntos de vista con una parte de la clase política de inmediato son catalogados como enemigos y tratados como tales, sin importar que lo que opinen o propongan tenga sentido o ayude al país.
Esto ha provocado que personajes de la izquierda, con una trayectoria reconocida, como Roger Bartra, Octavio Rodríguez Araujo o Joel Ortega, hayan sido hasta amenazados por sus opiniones, recibiendo ataques por distintos flancos, sin que lo que digan se analice o discuta, pues tan sólo con disentir de la actual línea oficial caen en la categoría de enemigos.
Y ni que decir de quienes se atrevieron a llevar a cabo acciones consideradas como parte de la estrategia del conservadurismo corrupto que busca derrocar al actual gobierno de la transformación, como es el caso de José Woldenberg.
También tenemos a varios periodistas que han sufrido los embates de ser considerados enemigos, como Ricardo Rocha o Carmen Aristegui, quienes, por externar un punto de vista distinto al oficial, han sido condenados a entrar en el cajón del conservadurismo corrupto y vendido a la mafia del poder.
Aquí también caben los militantes de otros partidos, empresarios, activistas por los derechos humanos, feministas, articulistas, periodistas y algunas organizaciones de la sociedad civil, todos integrando esa categoría que sigue sumando miembros conocida como los enemigos o adversarios del actual régimen.
Es claro que esta situación no conviene al país, aunque sí a quienes buscan movilizar a un voto duro que ha permitido la fanatización.
Pero también en la oposición juegan a linchar a los enemigos cuando algún analista o periodistas los crítica por los errores cometidos o la falta de propuesta actual, como si fueran personas inmaculadas o santos.
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